Un documental necesario y con varios déficit y una ficción que desnuda los trabajos de inteligencia policial La década de 1990 estuvo ligada a la corrupción y a las mafias enlazadas al poder político y económico. El crimen de José Luis Cabezas, en enero de 1997, es símbolo feroz de esa época. Y el documental "El fotógrafo y el cartero", con algunos errores, lo retrata. Desde la ficción, la serie "Iosi, el espía arrepentido" ambientada en la misma época- deja al desnudo una parte de la realidad que todavía sigue en la oscuridad.
Veinticinco años más tarde, volver a ver las imágenes de aquellos días permite reconstruir los entramados de mafia y de violencia que derivaron en lo inimaginable: el asesinato de un periodista. El documental "El fotógrafo y el cartero" posibilita ese regreso y habilita a revisitar aquellas jornadas en que la sociedad ganó la calle de maneras que hoy, resultan casi impensables. Vecinas y vecinos comunes y corrientes convencidos de que las mafias y el poder político habían confluido en el crimen de un reportero gráfico es algo que parece emerger de la ficción pero que fue muy tangible y muy concreto. La persistencia y la determinación de organizaciones gremiales por instalar aquel eslogan imborrable "no se olviden de Cabezas" serpenteó por los huecos de una sociedad que lo internalizó y lo hizo propio.
El crimen del fotógrafo pertenece a una época muy concreta. A una década que hoy, por algunos y extrañamente, empieza a ser reivindicada. La década infame del menemismo. Con un caudillo provinciano que llegó a la centralidad del poder con la impronta de un peronismo que despertó esperanzas y que lo llevó a triunfar en tres elecciones nacionales. A pesar de la destrucción de la industria nacional y del trabajo, a pesar de la corrupción (aquella que llevó al sindicalista Barrionuevo a definir que había que dejar de robar por dos años), a pesar de la obscenidad y la bizarría.
Resulta casi una pirueta del azar que al mismo tiempo, en las pantallas, se revisite desde dos estilos e historias diferentes una misma época del país. Y los entramados de dos perspectivas temibles por igual. Desde el cine documental, "El fotógrafo y el cartero". Desde una realidad ficcionada, "Iosi, el espía arrepentido". Discusiones aparte merecen las críticas a ambos productos. Los déficits, las ausencias, las elecciones válidas o no, las metodologías. Pero las mafias, las corruptelas, las impunidades los llevan a tener puntos en común.
Muertes en la región
Aún hoy, 25 años más tarde, el crimen de un periodista en Argentina sigue siendo un escándalo. Otros países de la región lo tienen como una práctica de horror extendida. En lo que va de 2022, México a la cabeza- contabiliza once periodistas asesinados. Colombia, Brasil, Guatemala, Ecuador, El Salvador y Haití están entre los más peligrosos. En América Latina hay un periodista asesinado por semana. El secuestro, tortura y asesinato de Cabezas un cuarto de siglo atrás vuelve a generar espanto. Agravado por el hecho de que se trataba de un tiempo en el que las y los trabajadores de prensa aún gozaban de prestigio social en el contexto de instituciones y poderes completamente desprestigiados.
"El documental es muy necesario para jóvenes que no conocen la época. Para quienes están lejos del tema. Y porque repone un clima de mafia y corrupción que es muy necesario reponer para los tiempos que fueron y para los tiempos que corren", define Julio Menajovsky, fotógrafo y ex docente de la Unicen, que fue largamente entrevistado para el film y que tras el estreno asumió, como el resto de la Argra (Asociación de Reporteros Gráficos) una mirada crítica.
"El fotógrafo y el cartero" tiene algunos interlocutores a los que se les da una preponderancia insólita dado su oscuro papel en la historia argentina. Otros, como Domingo Cavallo, ex ministro de Economía del menemismo y con una paternidad indiscutible sobre parte del desastre económico nacional, tiene apariciones estelares con sus críticas a Alfredo Yabrán, el cartero del título, pero sin explicaciones ni análisis.
Menajovsky cuestiona: "Dar ese lugar a Duhalde para que se explaye, para que se presente como víctima diciendo "me tiraron un cadáver". Queda como el gran salvador y como que gracias a él se pudo descubrir la trama criminal que terminó con la vida de José Luis. No hay preguntas que lo incomoden. No se pone el foco y el ojo ahí. Y no unieron los cabos sueltos que están a la vista. Los hilos de esta trama. Cómo aparecieron los Horneros (la banda mixta que actuaba en la zona balnearia), el modo en que se autoinculparan, que no se profugaran en ningún momento y que aceptaran pasiva e impávidamente ser condenados a perpetua. Y en 7 u 8 años quedaron casi todos libres. Y a los 13 no quedó nadie preso. Tuvieron abogados carísimos y alguien se los pagó. Estos lúmpenes no tenían dinero ni capacidad para hacerse defender por esos abogados".
También aparece en el documental Miguel Gaya, abogado de la Argra, quien asumió públicamente en una nota de opinión que, en el film, "lo que se vio y oyó en forma preponderante fue la versión auto celebratoria del ex gobernador Duhalde, la auto exculpatoria del ex secretario del juzgado de instrucción Mariano Cazoux, que acompañó oficialmente todas las maniobras destinadas a dejar impune el crimen, y la de una periodista que apoyó con una mirada despolitizada la historia oficial (N de la R:en clara referencia a Lorena Maciel). No se está diciendo que los condenados no hayan sido culpables. Lo eran. Pero no eran todos los culpables. Fueron apenas los perejiles".
Uno y otro, en definitiva, dejan vislumbrar que lo que ocurrió se asemeja mucho a la impunidad. Esa de la que hablaba el propio Yabrán cuando definía el poder.
De todos modos, permite observar desde un prisma claro una gran parte de aquella época. Hace escasos días se cumplieron 24 años de la muerte de Alfredo Yabrán. Ya casi no restan dudas de que lo suyo fue un suicidio pero en el documental queda expuesto con claridad que la sociedad no lo creyó mínimamente. Que lo mataron, que huyó, que resulta imposible que alguien con ese poder no haya fingido la muerte. Algunos años después, en la telenovela "Vidas robadas", que recreaba la historia de Marita Verón, secuestrada por el mundo de la trata de mujeres para explotación sexual, el oscuro empresario representado por Jorge Marrale repetía la historia pero se atrevía a la hipótesis que quedó en el imaginario colectivo. Estaba acorralado por la justicia, igual que Yabrán; se volaba la cabeza, igual que Yabrán; quedaba irreconocible, igual que Yabrán. Sólo que el personaje de ficción simulaba su suicidio y reaparecía con todo su poder y con la convicción de sus enemigos de que se había quitado la vida.
El documental refleja claramente la incredulidad social ante un clima complejo en el que reinaba la impunidad.
Un thriller que no es ficción
"Iosi, el espía arrepentido", basado en un libro de Miriam Lewin y Horacio Lutzky, abarca un período más extendido en el tiempo pero fundamentalmente hace eje en la misma década. Y si bien puede ser visto en clave ficcional, al mejor estilo de los thriller políticos/mafiosos/judiciales no se debe perder de vista que la historia fue real. Que hubo un espía del área de Inteligencia de la Policía Federal que estuvo, durante 15 años, infiltrado en la comunidad judía argentina. Llegando inclusive a puestos de relevancia dentro de la Organización Sionista Argentina. Y queda al desnudo la corrupción menemista, los atentados a la embajada de Israel y luego de la AMIA (edificios de los que filtró los planos), el ingreso irrestricto a la Rosada de personajes ligados al tráfico de armas.
Todo eso, existió en la Argentina de los 90. Desde un grupo de policías, mano de obra del poder dispuesta a todo, asesinando a un periodista; un pase de facturas en internas políticas crímenes de por medio; una época bizarra y obscena reflejada en festicholas en el Pinamar de la pizza y el champán; un policía infiltrado en una comunidad (del mismo modo en que otros se infiltraban en sindicatos, centros estudiantiles, partidos políticos, organizaciones de derechos humanos); un conflicto como el de Medio Oriente y el tráfico de armas con pasaporte de ingreso cotidiano a la Casa Rosada.
Hace 25 años asesinaron a un periodista. Un crimen impune a pesar de la fuerza de "no se olviden de Cabezas". Pero con un detalle sustancial en la historia de los pueblos. Fue un tiempo en el que gran parte de la sociedad latió en las calles. Capaz de sostener, con el empuje de trabajadores del sector, una pulseada con el poder y obligar a entregar a los responsables directos del crimen. En tiempos de apatías y de grietas, no es en modo alguno poca cosa.