Veintitrés acuerdos con el Fondo y todos empobrecieron. La deuda que nació casi con el país. El Fondo Monetario y la deuda impagable de 2018. El gobierno tuvo una oportunidad histórica. La dilapidó. Ni querella ni discusión de la deuda. Fin de enero y principios de febrero: 1.091 millones de dólares de las reservas pagados al FMI. Los que pierden siempre son los mismos. Sin voz.
Silvana Melo
El acuerdo con el Fondo Monetario y la decisión de pagar una deuda que somete el futuro del país, no parece ser un tema de debate fuera de las dirigencias. A pesar de una historia que atraviesa la vida de los sectores populares durante casi toda la crónica argentina, no existe una conciencia sólida de que los ajustes que surjan del acuerdo con el FMI van a impactar como un tsunami en las economías personales y familiares. Es decir, la decisión de una cúpula del poder de tomar la deuda más grande de la historia implicó a 45 millones de personas. Y la determinación -desde un gobierno supuestamente popular- de pagar cualquiera sea la consecuencia para los mismos 45 millones abren una ventana destemplada hacia una discusión sin espacios: la de la representatividad real de las herramientas de la democracia.
Históricamente fueron cúpulas las que decidieron sobre el destino inmediato y mediato de millones de personas sin que esas minorías hayan sido votadas para tomar decisiones contrarias a la mayoría que las eligió. Más allá de las dictaduras, que endeudaron al país y construyeron poder económico a sangre y fuego, las autoridades democráticas estuvieron regidas por los mismos lobos: en las dictaduras desnudos, en los gobiernos electos maquillados como amables demócratas.
Pero, inexorablemente, doblándose ante los verdaderos poderes. Los que manejan el mundo desde la play de las finanzas globales.
El resto, los 45 millones, miran hacia arriba para ver qué cae. Y lo que cae es el residuo de las decisiones que abonan la desigualdad y el mal vivir de las mayorías. Sin tener un mínimo resquicio para decidir algo.
El origen, en la calle
En dos años se cumplirán doscientos del inicio del endeudamiento argentino, cuando Bernardino Rivadavia era Ministro de Hacienda: el célebre empréstito con la Casa Baring Brothers & Co., el 1 de julio de 1824. Era un millón de libras esterlinas, equivalentes a cinco millones de pesos fuertes.
En el camino de Londres a Buenos Aires el préstamo se redujo a 570.000, atacado por el buitrerío. Hasta dos cuotas adelantadas hubo que pagar. Pero del monto real, no de la mitad que llegó al puerto. Rivadavia puso como garantía las tierras de la Provincia. Pero cuando fue presidente, dos años después, elevó la garantía a todas las tierras públicas de la Nación. La mesa servida para los ingleses. Una de nuestras madres patrias imperiales.
El país, todavía no consolidado como república, tuvo que vender joyas de la abuela para pagar intereses. Rosas pensó hasta en entregarles las Malvinas para terminar con la deuda. Casi 200 años después Patricia Bullrich estuvo ahí de ofrecerles las islas a los norteamericanos para que mandaran la Pfizer. Después de todo, ya le regalaron un lago paradisíaco en la Patagonia al amigo Joe Lewis.
La deuda condicionó a los gobiernos posteriores y al finalizar la presidencia de Julio Roca, los 5 millones de pesos fuertes se habían transformado en 36 millones de deuda.
Rivadavia tiene calles en todo el país. Y la más larga del territorio, con nacimiento en Plaza de Mayo.
El país nació como tal con la soga al cuello. Arrastrando una deuda fraudulenta y usuraria. Como todas las que vinieron después. Hasta el record global de 45 mil millones de dólares en 2018.
Sin embargo, siguen tomándose decisiones que inundan el futuro de mala vida para millones de personas. Se toman desde una mesa de diez. Y se comunican cuando está todo abrochadísimo. Sin vuelta atrás.
Hay un par de mecanismos en la democracia que no funcionan. La representatividad es uno de ellos.
El fondo
Argentina se asoció al FMI en 1956. Un año después del golpe de estado que acabó con el segundo gobierno de Perón. Hasta ese momento, el peronismo se había negado a ser parte de la avanzada de Estados Unidos para convertirse en el gran triunfador de la economía pos guerra.
Durante los 50 años subsiguientes el país vivió 38 bajo el pie del Fondo. En 2006 Néstor Kirchner decidió terminar con esa relación y le pagó la deuda entera. En lugar de discutir la legitimidad de esa ancla en el cuello, pagó. Hasta el 2018, se vivieron doce raros años sin presencia del FMI en los días del país.
El 8 de mayo de 2018, en un video de menos de tres minutos, Mauricio Macri anunciaba el regreso al Fondo. En medio de una crisis económica al nivel del desastre. 50 mil millones de dólares había concedido el Fondo, con el aval de Donald Trump que quería perpetuarse en el poder y tener amigos incondicionales en los alrededores. Macri era un privilegiado: endeudó al país más que nadie en su historia. Y el Fondo le concedió el préstamo más abultado de su propia historia. Aun violando sus estatutos.
Abajo, la gente. Todos. Sin saber absolutamente nada. Ignorantes de los acuerdos y de las decisiones de las minorías ínfimas del poder.
El 14 de noviembre de 2018 Nicolás Dujovne, el artífice del enamoramiento Mauricio Christine Lagarde, anunciaba sin ponerse colorado que "en la Argentina nunca se había hecho un ajuste fiscal de esta magnitud sin que caiga el gobierno".
Después el colapso. La deuda que se fugó, que no está, que se esfumó en los agujeros negros de las megafinanzas globales carroñeras con nombres en la Argentina.
A pagar
Durante su primer discurso de apertura parlamentaria Alberto Fernández anunció la presentación de una querella criminal contra los que contrajeron la deuda. "Para que pongamos fin a las aventuras de hipotecar al país es necesario que endeudarse no sea gratis y dejen de circular impunes dando clases de economía aquellos que generan esas deudas", dijo. Tenía la oportunidad histórica y los votos populares para hacerlo. Podía lograr el consenso para confrontar esa deuda que sojuzgaría al país.
No lo hizo. Dejó pasar varios trenes. Hasta que re negoció. Un paquete que incluye ajuste es imposible que no lo incluya-, políticas ortodoxas para combatir la inflación, baja tajante del déficit fiscal. Que implica menos salud, menos educación, menos fondos para jubilaciones (si eso es posible), menos atención social a los vulnerados. Un sojuzgamiento que saluda con cordialidad un sector importante de la dirigencia. Que no se atreve a enfrentar otro sector, aquel de los pibes para la liberación. Y que determinarán, todos, la decisión de que el Fondo se quede a vivir. Porque el Fondo no pretende que le paguen la deuda. Sino que se endeuden más para pagar intereses. Y de esa manera ser el lobo que arrea a los corderos siempre a punto de comérselos. Enfundando los colmillos en el momento exacto, antes de perforar la yugular. Tortura perpetua y sometimiento. Eso es el Fondo.
Sin voz
Mientras tanto, hay 45 millones aparte de toda decisión. Que votaron en 2019 en contra de aquello que los había hambreado. Pero nada cambió en dos años feroces. Ni la épica supieron sostener.
Es claro que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes". Pero la Constitución de 1994 consolidó otros mecanismos de participación ciudadana: se pueden utilizar el plebiscito, el referendum, la iniciativa popular y la consulta popular. Para tomar una decisión que implique el futuro de millones de ciudadanos debería incluirse la opinión de los representados. Si no es una democracia deshilachada, una estructura pintada, con agujeros emparchados de enduidos institucionales.
Veintitrés acuerdos con el Fondo que implicaron todos- ajustes brutales y empobrecimiento de la población no pueden ser ignorados. Porque éste va a ser de la misma tela. Sin embargo, la desmemoria es un mal del siglo que ya cumplió más de veinte años. Y la ausencia de una democratización mediática permite que el vozarrón que se escucha y que determina la línea que se sienta a la mesa para cenar con la ciudadanía, sea exclusivamente de los poderosos. La voz de los comunes, de los ordinarios no se escucha por ahí. Habla otra vez Dujovne. O Aranguren. Renacidos inexplicablemente en un país donde siempre el que vendrá hará bueno al diablo.
Suelen coincidir algunas miradas en que la política es administrar el conflicto entre los que concentran riqueza y los que tienen cada vez menos. El problema es que el conflicto siempre se dirime para el mismo lado.
Mientras tanto, el gobierno no empujó la querella judicial contra los endeudadores seriales. Todo lo contrario: le pagó al Fondo un vencimiento de u$s731 millones el 28 de enero. Apenas una semana después, sacó del Banco Central otros u$s 360 millones. En pocos días 1.091 millones de dólares de las reservas del Banco Central fueron a parar a manos del FMI.
La pobreza supera largamente el 40 por ciento. Seis de cada diez niñas y niños son pobres. Siete de cada diez en los conurbanos de las grandes ciudades.
Y son otros, siempre, los que siguen quedándose con la tajada, pequeña tajada, que les correspondería.
La reducción del déficit fiscal les vaciará la panza. Otra vez.
Sin que puedan opinar. Nunca.