Columna de las Misioneras de la Inmaculada Padre Kolbe
Horacio Robirosa (*)
Es la advocación del Carmen una de las devociones más populares de la Virgen. Proviene del Monte Carmelo que ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo. Por eso la Orden del Carmen se ha puesto bajo el patrocinio de la Virgen del Carmen. San Juan de la Cruz, convertirá el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios.
Los monjes que habitaban el Monte Carmelo se lanzaron a evangelizar por Europa a principios del siglo trece. En medio de las persecuciones de que fueron objeto, san Simón Stock pidió la protección de María. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno". Desde entonces, el escapulario del Carmen, sustituido también con la medalla supletoria, se lleva en millones de pechos cristianos.
El escapulario tiene ciertas connotaciones: el amor y la protección maternal de María: El signo es una tela o manto pequeño. Vemos como María cuando nace Jesús lo envuelve en un manto. La Madre siempre trata de cobijar a sus hijos. Envolver en su manto es una señal muy maternal de protección y cuidado. Señal de que nos envuelve en su amor maternal. Nos hace suyos. Nos cubre de la ignominia de nuestra desnudez espiritual.
En la Biblia vemos como Dios cubrió con un manto a Adán y Eva después de que pecaron. El manto como signo de perdón. También Jonás le dio su manto a David: lo convirtió así en un símbolo de amistad. Elías le dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su partida. San Pablo dice revístanse de Cristo, es decir vestirnos con el manto de sus virtudes.
Pero fundamentalmente el escapulario es signo de nuestra pertenencia y entrega a María: llevamos una marca que nos distingue como sus hijos escogidos. Se convierte entonces en el símbolo de nuestra consagración a María.
Consagración, pertenecer a María es reconocer su misión maternal sobre nosotros y entregarnos a ella para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón. Así podremos ser instrumentos en sus manos para la extensión del Reino de su Hijo.
La tradición ha transmitido las siguientes palabras de la Virgen: "Yo, su Madre de Gracia, bajaré el sábado después de su muerte y a cuantos hallaré en el Purgatorio, que hayan vestido devotamente su escapulario, los liberaré y los llevaré al monte santo de vida eterna". En 1950 el Papa Pío XII escribió que "el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos".
(*) Horacio Robirosa. Voluntario de la Inmaculada Padre Kolbe Olavarría