Patrizia Mazzola
"Tú eres el Dios que me ve". (Génesis 16, 13)
El versículo de este mes pertenece al libro del Génesis. Las palabras son pronunciadas por Agar, la esclava de Sara que había sido dada como mujer a Abraham porque ella no podía tener hijos, a fin de asegurar una descendencia. Cuando Agar descubrió que estaba encinta se sintió superior a su patrona. Los malos tratos recibidos por parte de Sara la obligaron luego a huir al desierto. Es allí donde tiene lugar un encuentro único entre Dios y la mujer, que recibe una promesa de descendencia similar a la hecha por Dios a Abraham. El hijo que nacerá será llamado Ismael, que significa "Dios ha escuchado", porque atendió la angustia de Agar y le concedió una estirpe.
"Tú eres el Dios que me ve."
La reacción de Agar refleja la idea común en los pueblos antiguos de que los seres humanos no pueden sostener un encuentro demasiado cercano con lo divino. Agar queda sorprendida y agradecida por haber sobrevivido a ello. Y experimenta el amor de Dios precisamente en el desierto, el lugar privilegiado donde se puede tener la experiencia de un encuentro personal con él. Agar siente su presencia y se siente amada por un Dios que la "vio" en su dolorosa situación, un Dios que se preocupa y que circunda de amor a sus criaturas. "No es un Dios ausente, lejano, indiferente a la suerte de la humanidad, como también a la suerte de cada uno de nosotros. Muchas veces lo experimentamos. Él está aquí conmigo, siempre conmigo, sabe todo de mí y comparte cada pensamiento mío, cada alegría, cada deseo, carga junto a mí toda preocupación, toda prueba de mi vida" (1).
"Tú eres el Dios que me ve."
Esta Palabra de vida reaviva una certeza que nos consuela: nunca estamos solos en nuestro camino, Dios existe y nos ama. A veces, como Agar, nos sentimos "extranjeros" en esta tierra o buscamos caminos para huir de situaciones pesadas y dolorosas. Pero tenemos que estar seguros de la presencia de Dios y de nuestra relación con él que nos hace libres, nos da confianza y nos permite siempre volver a empezar.
Esta fue la experiencia de P., que vivió sola el período de la pandemia. Refiere: "Desde el comienzo del aislamiento total impuesto en el país, me quedé sola en casa. No tengo cerca a alguien con quien poder compartir esta experiencia y trato de ocupar la jornada como puedo. Con el pasar de los días me desanimo cada vez más. Por la noche me cuesta dormir. Me parece que no puedo salir de esta pesadilla. Siento con fuerzas que tengo que confiar plenamente en Dios y creer en su amor. No dudo de su presencia que me acompaña y me consuela en estos meses de soledad. Y a partir de pequeñas señales que me llegan de parte de los hermanos comprendo que no estoy sola. Como cuando después de festejar online el cumpleaños de una amiga, me llegó enseguida una porción de torta de parte de mi vecina de casa".
"Tú eres el Dios que me ve."
Protegidos por la presencia de Dios, podemos ser también nosotros mensajeros en los desiertos, compartir las alegrías y los dolores de otros. El esfuerzo es mantener los ojos abiertos a la humanidad en la que estamos inmersos.
Podemos detenernos y acercarnos a quienes buscan una señal y una respuesta a los muchos porqués de la vida: amigos, familiares, conocidos, vecinos de casa, colegas de trabajo, personas con dificultades económicas y acaso socialmente marginadas.
Podemos recordar y compartir esos momentos preciosos donde hemos encontrado el amor de Dios y hemos redescubierto el sentido de nuestra vida.
Podemos afrontar juntos las dificultades y descubrir en los desiertos que atravesamos la presencia de Dios en nuestra historia, que nos ayuda a proseguir con confianza el camino.
(1)C. Lubich, Palabra de Vida, julio de 2006.