Los industriales Piazza, llegados desde el Piamonte

Una familia pionera y una investigación valiosa El prestigioso docente azuleño realiza, especialmente para esta edición, una reseña de uno de los libros fundamentales producidos en Azul en torno a la familia inmigrante que marcó a fuego el crecimiento industrial en los albores de la centuria pasada. Los emprendimientos, uno a uno, y cómo se fueron encadenando, porque "una cosa lleva a la otra". El principio rector de una productividad industrial que vadeó ampliamente los límites del distrito azuleño.

Allí cuando el siglo XX -"problemático y febril", según Discépolo- alboreaba, con rayos de progreso infinito, se perfilaba con presagios sombríos de "sangre, sudor y lágrimas".

Sangre de los pueblos masacrados por las guerras; sudor de los explotados de la tierra; y lágrimas del sempiterno, en el camino de los avances y retrocesos cíclicos de la humanidad, llega como mesías del progreso industrial azuleño una familia piamontesa: "los Piazza".

Sirvan estas palabras como prólogo para recordar aquella investigación realizada como trabajo del Profesorado Secundario -actualmente denominado Instituto de Formación Docente 156 "Palmiro Bogliano"-, por quien, bastante antes y en los inicios de esta Casa de Estudios que es orgullo azuleño, fuera nuestra compañera de claustros: María Cristina "Tina" Casamayor de Minviele.

En ciento diez ilustrativas páginas la investigadora desarrolla un trabajo serio, documentado y con aportes testimoniales de la acción de los "industriales Piazza" en estos pagos centrales de la pampa húmeda.

Como corresponde a toda investigación histórica, la autora comienza pintando el panorama de la inmigración en nuestra Patria y sus efectos sociales. También, sucintamente, se refiere a la colonia italiana y al aporte que brindó a nuestra sociedad; tanos que, entre otros, vinieron a "hacer la América."

El italiano está siempre "haciendo algo"; y, digo yo, no es la quietud y la contemplación su composición espiritual esencial. Lo sé por experiencia familiar, testimoniada por tres abuelos de esa bella tierra y por todos los natos en los suelos del Dante, que no supieron de limitaciones en su infinito "laborare". Tanto norteños, centrales como sureños.

Yendo al grano. No pretendo hacer una síntesis de la investigación, sino más bien un recorrido fugaz por sus páginas para ejemplificar cómo, partiendo desde abajo, se puede llegar alto; y en qué forma la inteligencia y el esfuerzo lograron la integración de actividades industriales simples a un complejo fabril ejemplar: los Piazza siguen siendo un ejemplo a imitar.

Todo empieza con un matrimonio (Piazza-Rizzo) que, en 1870, durante la Presidencia de Sarmiento, decidió instalarse en este pueblo de Azul, más ganadero que agrícola y referencia obligada de las luchas contra los dueños de la tierra. Recordemos que se da como fecha del fin del poder aborigen (los que están desde el origen), en el año 1878.

Ellos, me refiero a los Piazza, venían de Caraveggia, provincia de Novara. Indudablemente lombardos, gente particularmente industrialista. Azul llevaba treinta ocho años de la fundación y estaba a un cuarto de siglo de ser declarada Ciudad. El tren no había llegado (ocurriría en 1876), aunque su población era bastante importante y su comercio floreciente. Quince mil almas formaban el poblado, quizá algún fundador aún sobrevivía entonces.

Don José Antonio, padre de siete hijos, muere de vuelta a Italia, hacia donde retornaba para buscar al resto de su familia, y, como lo que "no mata fortifica" según dicen, Lorenzo (el mayor de los hijos Piazza) inicia una modesta actividad de sobrevivencia: fábrica de velas de sebo, cerca del cementerio, en un modesto ranchito.

Hay pueblos que tiene aroma de personajes, familias, pioneros, fundadores, personalidades relevantes de su historia. Azul huele a "los Piazza" en cada rincón. El "villino" de Burgos y Bolívar, la Galería Piazza, la casa de los Martínez, pegada al villino, el palacete de Piazza, la excurtiembre Piazza, la Avenida Piazza, la villa Piazza, el club Piazza, las quintas de los Piazza (Departamental de Policía, la Escuela 504).

Suelo decir que Mendoza huele a San Martín; Azul, entre otros aromas fuertes y deliciosos de su historial como ciudad y como comunidad, exhala, nítidamente, ese vaho vivificante de progreso del apellido Piazza. Podemos preguntarnos, en ese sentido: ¿Olavarría tendrá perfume de Fortabat y Tandil de Fulg?

Comienzos

¿Qué actividad más simple y de rápida venta que la de velas en ese momento? Las casas, las calles, y también los muertos eran seguros clientes. La cercanía del cementerio fue estratégica. El negocio marchó bien. Lorenzo, canasta en ristre, llevaba su carga, potencialmente lumínica a domicilios y negocios. Sí. El negocio marchaba bien.

El inicio de la integración de actividades. El sebo llevó a la fabricación del jabón (Piazza se volvió con el tiempo sinónimo de jabón de lavar). Así como el señor crecía en "gracia y sabiduría", la "empresa" crecía en trabajos y socios dentro del núcleo familiar.

Si fabricamos velas, y fabricamos jabón, debemos tener la materia prima económica: entonces… ¡a comprar yeguas! que, por poco tiempo, habían conseguido paz, después de la derrota del indio. Tres mil yeguas mensuales hablaban de la prosperidad de la producción. Pero aún había más para sacarle jugo al pobre animal sacrificado: las patas daban aceite lubricante con destino a las nuevas y toscas máquinas agrícolas. ¡Todo se usa, todo se vende, nada se tira!.

También las ovejas se incorporan al sistema de producción y, como todo bicho que camina va a parar al asador, el ovino proveyó de carne a la población. Para el asador o lo que fuere. ¡Claro! Tenemos yeguarizos, tenemos ovejas y ellas son sacrificadas. ¿Qué hacemos con los cueros? Los vendemos. Pero el cuero seco tiene poco valor, debe agregársele más precio y para ello deben curtirse. ¡Las velas, el sebo, los cueros y ahora… a curtirlos!

En verdad, de todo lo que emprendían, los hermanos Piazza sabían poco y nada, por eso debía seguir el aprendizaje. Todo se industrializa, todo se aprende. Ya en 1890 (año de la Revolución del Parque en Buenos Aires), nace la "fábreca", como le decían los "tanos", inmigrantes sacrificados, seguros obreros de la curtiembre.

En 1894, parece que terminan de leer el Martín Fierro y hacen carne aquello que fue poesía: "…los hermanos sean unidos…" y allí se integran los otros dos varones y conforman las famosas cinco P. Logo distintivo de esa sociedad de los cinco Hermanos Piazza.

Los alemanes son excelentes productores de cerveza, pero el que se instaló en Azul con una cervecería, parecía mal administrador y sus deudas lo llevaron a un empréstito y el empréstito impagable era otra oportunidad para que los Piazza no le esquivaran al bulto. Tampoco sabían de cerveza, pero todo se aprende.

Félix fue el encargado de la producción. Como si fuera poco, incorporan una fábrica de hielo, que también fue famosa, cuando no había heladeras familiares. Un descendiente es enviado a aprender de los teutones a sacar el mejor gusto de cerveza.

Allí nada se tiraba. Las fábricas producen deshechos, pero alguien los puede comer, y ¿qué mejor que los cerdos? Entonces ahí nace otra actividad fabril, que derivará en la producción de exquisitos y reputados salames y jamones, que abastecieron el comercio local sin recurrir a la "importación" de estos manjares, reemplazados por los ítalos-azuleños.

Pareciera que con todo esto ya estaba cumplido su destino industrial de la familia, pero siempre hay más para quien quiera progresar. La curtiembre precisa tanino, el tanino sale del quebracho y entonces… a comprar quebrachales y fabricar el tanino. No sólo se produce para el consumo interno, sino para la exportación.

Sucursales comerciales

Producción de jabones de varias marcas, cerveza Múnich y Pilsen, cueros de vaca, yeguas, becerro, nonato, cola de carpintero… hacía necesaria la satisfacción de la gran demanda "foránea" y así se abren treinta y nueve sucursales dentro y fuera de la región.

¿No será poco lo que han hecho? Por si lo fuera, abren un almacén de suelas, donde se vendía, en el centro (calles Moreno e Yrigoyen) todo lo que el zapatero, aficionado o talabartero precisara. También, cercano a ese lugar, la venta de velas, cola, aceite de máquinas, carne lanar, de cerdo y derivados. El rubro talabartería se abastecería desde donde hoy está la Galería Piazza.

Si decimos que en Buenos Aires se fabricaban Zapatos Piazza y Pelotas Super-bal pareciera que estamos hablando de varias firmas industriales; pero, aunque se asociaron con otros empresarios, siempre la directriz era de los 3 hermanos Piazza (dos habían desertado tiempo antes) y, luego por sus hijos, que ocuparon casi todos los puestos del Directorio.

Otra cuestión que nos enseña la investigación a que hago referencia en este artículo es que los Piazza sabían saltar a tiempo: cuando el tanino dejó de ser rentable, vendieron la fábrica; y cuando la electricidad trajo la luz, dejaron de fabricar velas.

Como me decía un empresario amigo, hablando sobre cómo pueden multiplicarse los negocios: "Una cosa atrae a la otra". La rueda se puso en movimiento con una simple fábrica de velas; pero la necesidad, que es madre de las grandes empresas, y el talento, esfuerzo y organización, que "vence al tiempo", hicieron que las industrias Piazza fueran atrayendo nuevos emprendimientos, dispares unos de otro.

Asociado Antonio Aztiria -gran amante de los automóviles- a la firma, obtienen la concesión de los autos y camiones de la General Motors que fabricaba Chevrolet, Buik, Opel, Packard, aunque antes habían instalado una Estación de Servicios y un taller mecánico. La firma giró como Aztiria y Piazza. Fueron los primitivos camiones que lograron gran éxito entre los clientes rurales, a pesar de la "Gran depresión".

Hacia 1931, por si fueran pocas las actividades industriales y comerciales, se presentaron en una licitación que realizaba el Ejército en Buenos Aires y obtuvieron el concurso, para cuyo cumplimiento agregaron, a la única máquina de coser que tenían en los talleres de talabartería, quince más. Allí empezó una relación más que fructífera para la provisión del ejército: rebenques, correajes, cinturones, cartucheras, portasables, bayonetas, etc. Una cosa atrae a la otra, decíamos, y entonces las máquinas tenían que producir: sacos, camperas y ropa de cuero, para lo cual se incorporó a personal femenino. Radios, bicicletas, tractores, eran comercializados, igualmente, por la firma.

Dije que no deseaba hacer una síntesis del bien documentado texto de Tina, sino, a través de sus páginas, exaltar la inmensa labor que los señores Piazza desarrollaron en medio de nuestra pampa, cuando alboreaba el desarrollo de nuestras comunidades y la sangre de naturales e invasores todavía humedecía los caminos rurales y las calles urbanas nuestra geografía.

Como fin y recuerdo personal quiero mencionar a aquellos aguerridos y sufridos obreros curtidores que por los años 40-50-60 del pasado siglo, concurrían al "Sindicato" (Bar de Mercuri) para reunirse periódicamente en comisión, pero diariamente para jugarse un truquito, una escoba, una conga, sólo por "la copa" y así esperar que la "patrona" terminara la cena y los purretes hicieran los deberes de la escuela, mientras se hacía tiempo, en invierno, para volver a casa a escuchar a los Pérez García y luego al Glostora Tanto Club.

En el bar, Martín Valenzuela, Amadeo Alegre (repartidor de El Tiempo), Zunildo Alcaza, "Chiquilín" Mercuri (dueño del bar), su hermano Roberto, su papá Don Santiago, Cestac, Arbio… Y los domingos a la tardecita hacer el "tercer ojo" del partido de Sportivo Piazza.

Fuente bibliográfica y referencia: Casamayor de Minviele, María Cristina. "Una familia de inmigrantes italianos en Azul. Los industriales Piazza" (Azul, 1999), impreso en Talleres Gráficos Combessies.

Texto y comentarios: Omar Antonio Daher, profesor de Historia, especialmente para el 2 de septiembre de 2022, Día de la Industria.

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