El más grande ganador del automovilismo telúrico Se cumplen 49 años de la muerte del más grande piloto del TC, una leyenda que nació con las rutas del país y que cayó para siempre en una curva cerca de Olavarría.
El "ha muerto Juan Gálvez" que finalmente se filtró por las Spicas forradas en cuero marrón provocando tanto llanto, terminó con la vida del más grande ganador del automovilismo telúrico. Nueve campeonatos, como nueve lunas que alumbraron durante dos décadas, sólo interrumpidas por cinco títulos de su ilustre hermano Oscar, y otra por Rolo de Alzaga, aunque todos bajo el paraguas del óvalo.
Desde aquella primera vez en que se subió como acompañante de Oscar en el ''38 -con 20 años cumplidos el 14 de febrero de ese año- fue cimentando su propia historia de la mano de su hermano mayor primero, hasta que tomó vuelo propio y cuando el cruel pace-car de la Segunda Guerra Mundial se hizo a un lado y se reanudó la vida, su presencia fue imprescindible para escribir una época de gloria del automovilismo argentino.
Autodidacta del fierro, solía tener reflexiones de este tenor: "No necesito radio. Cuando estoy primero en la ruta y la gente se sorprende al aparecer mi máquina, sé que nadie me esperaba aún y que, por consiguiente, llevo mucha ventaja al segundo. Si, en cambio, voy corriendo desde atrás, observo el comportamiento del público, su vitoreo o su indiferencia, para formarme una idea concreta de cómo estoy colocado. Observo las huellas o las polvaredas que pueden estar levantando mis rivales y me oriento perfectamente bien...".
No es intención abrumar con estadísticas, aunque sea necesario recordar en qué años fueron logrados los nueve títulos: del ''49 al ''52, del ''55 al ''58 y en el ''60, además de los cinco grandes premios: ''49, ''50, ''51, ''58 y ''59 (año en que se le escapó por un suspiro el título que quedó en manos de Rolo de Alzaga). Corrió 144 veces, ganó 59. Tanto él como Oscar eran imbatibles y, por qué no, envidiados.
La minuciosidad de uno y la inventiva del otro superaban a un compacto lote de otros pilotos que también tenían sus virtudes, pero que quedaban superados por tanta eficacia a la hora de preparar los autos, estudiar la estrategia y coronarlo todo con una conducción impecable. Entre ambos se repartieron 14 títulos, la idolatría de una gran mayoría de tuercas y la reverencia de sus adversarios de ley. Además ofrendaron lo mejor de sí a una marca que los tuvo como referencia mayor a la hora de afirmarse en estas por entonces prósperas tierras de la América del Sur y triturar las expectativas de Chevrolet.
Hasta que llegó Olavarría, adonde Oscar le había aconsejado no ir. Con el resultado puesto la leyenda se agranda, pero lo cierto es que el Aguilucho intuía algo. Eran tiempos difíciles en que Dante y Torcuato Emiliozzi les habían encontrado la vuelta a los motores y la exigencia humana para compensar diferencias se condecía con el barro provocado por la lluvia sabatina. Qué mejor que la tierra mojada para achicar la desventaja antes de subir al asfalto, habrá pensado Juan, quien saludó a Fortabat, posó para la impecable cámara de Melchor Vilanova junto a la trompa del auto azul y rojo, y vio cómo aquel querido fotógrafo con el pañuelito al cuello llamado Ricardo Alfieri lo enfocó saltando un charco tras dirigirse hacia la largada tras firmar unos autógrafos.
Cottet, el fiel acompañante magullado, quiso quedarse cuidando al Ford número 5 azul con techo rojo aún agitado por el vuelco producido a las 12.38, mientras un avión Cessna 182 en el que se encontraba el periodista Julio Ricardo descendía y se llevaba al ídolo al hospital local, desde donde enseguida llegaría la noticia letal. Don Isidro González Longhi, quien también había bajado desde el móvil aéreo de "Carburando", comentó luego que el impacto había sido tan seco que el desenlace era fácil de prever. Muchos recordaron que Oscar también solía pedirle que no dejara de usar el cinturón de seguridad, algo que desistió de hacer desde que vio quemarse a un colega. Cinco tumbos después de no poder poner la segunda por un bronce del sincronizado de la caja modificada que se rompió y el auto que se desvaneció en tercera hasta despedirlos.
Y ahí está Juan, vivo merced a la elogiable tarea de los devotos de los Gálvez que siguen llevando flores a la Chacarita cada aniversario, fieles como siempre, en ese sitial privilegiado donde ambos hermanos descansan junto a Raúl Riganti, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Luis Sandrini, Adolfo Pedernera, Julio y Francisco De Caro, Alfonsina Storni, Agustín Magaldi, José Amalfitani y otros hacedores de la historia argentina que también sería bueno recordar.