EL POPULAR en Brasil
La capital del estado de Minas Gerais fue testigo este fin de semana de la partida de muchos argentinos y del viaje del equipo nacional con el sueño de regresar mañana con la Copa.
BELO HORIZONTE / Daniel Lovano, enviado especial de EL POPULAR Medios
De algún modo Belo Horizonte apareció fuerte en los registros futboleros a mediados de los años 70, cuando Cruzeiro paseó su nombre por la Argentina para jugar la Copa Libertadores frente a Independiente y Rosario Central, y ganársela en una neblinosa noche de 1976 a River, en el Estadio Nacional de Santiago Chile.
Un mes de conocimiento, la capital de Minas Gerais se descubrió como una ciudad cautivante, con todos los contrastes que forman parte de este país, desde Manaos hasta Porto Alegre, desde el Atlántico hacia el amazonas. Su primera imagen intimida: casas amuralladas, alarmas, carteles que remiten a una protección militar, cables electrificados por encima de los paredones. Pero después, a medida que fueron pasando los días, se hizo más acogedora, con un rostro más distendido.
"Beagá" (la lectura en portugués de Belo Horizonte) al cabo de este camino transmitió una riqueza muy superior que la de aquellos datos iniciales googleados o sacadas de algún Atlas Universal. Meterse en un ápice de su historia, de su cultura, el arte, sus tradiciones, su gastronomía, el paisaje serrano que le dio nombre, su gente humilde, pero de corazón enorme, la hará inolvidable.
Belo Horizonte y Minas Gerais son muchísimo más de los que muestran sus postales más comunes: el Lago Pampulha con su verde casi paradisíaco, la iglesia San Francisco de Asís que diseñó el genial arquitecto Oscar Niemeyer y el imponente Mineirao.
Es el punto que a los ojos argentinos se presentó como la cuna de la independencia de este país, desde aquel movimiento de los "Inconfidentes", el patriota y mártir Tiradentes, cuyo espíritu está impregnado en cada uno de los adoquines de Ouro Preto, patrimonio de la Humanidad, que invita a ser visitada cada día.
Belo Horizonte es la Plaza de la Libertad, con el Palacio de la Libertad que acogió al poder político por casi dos siglos y el deslumbrante recorrido en su derredor por los edificios administrativos del siglo XIX reconvertidos en la mayor concentración de museos de todo Brasil.
Se identifica en las favelas que la rodean, donde viven sus clases menos favorecidas; el estigma de la pobreza, la violencia y el narcotráfico, pero también la dignidad de la gente que transita cada día entre sus calles serpenteantes con el sueño de encontrar un futuro mejor.
Brasil tiene estas cosas que se reproducen en Belo Horizonte. Al pocos cientos de metros de una favela aparece el exclusivo barrio de Savassi, en el entorno de lo que alguna vez fue la panadería de un tano que llegó, como tantos, al extremo sur del mundo escapando de la guerra y de la miseria. Zona de bancos, tiendas, bares y restaurantes que espejan a las grandes capitales del mundo.
"Beagá", la ciudad elegida por la selección argentina para acunar los sueños más hermosos, está impregnada en su gente simple, que sin proponérselo derribó en un chasquido de dedos todos los prejuicios y todos los preconceptos.
Lo representa su transporte ágil y moderno, la imponente Cidade Administrativa (sede del gobierno del estado), pero también la tragedia de viaducto sobre la avenida Pedro I. El golazo de Messi a Irán, cuando la Argentina estaba encerrada en sus propias flaquezas, pero también ese Alemania 7 - Brasil 1 que derribó para siempre el fantasma del "Maracanazo" para darle nacimiento a otro mucho peor.
Belo Horizonte es muchísimo más que una nota de despedida, aunque es lo que menos merecían un mes y una ciudad inolvidable.