FUTBOL

El sublime Brasil de los cinco "dieces"

Rumbo a Brasil Todos llevaban la "10" en sus equipos, el Lobo Zagalo los juntó para el Mundial de México en 1970: Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino le permitieron a Brasil quedarse definitivamente con la Jules Rimet. Un Mundial maravilloso.

Daniel Lovano / elpopular.com.ar

El fútbol de Brasil estaba en crisis; ni el todopoderoso presidente de la Confederación Brasileña de Deportes Joao Havelange, ni la dictadura militar en el poder estaba dispuestos permitir traspiés con uno de los más poderosos somníferos sociales de los que se tenga conocimiento.

La derrota con la Argentina 2-0 en Porto Alegre y el magro empate 0-0 con Bulgaria en el Maracaná había encendido todas las alarmas, y el después mandamás del fútbol mundial se llevó puesto a Saldanha y le dio el equipo a un histórico de las dos copas, Suecia 58 y Chile 62: Mario Lobo Zagalo.

Dicen, que ante semejante constelación de estrellas, el zagas Zagalo se juntó con los cinco fantásticos del fútbol brasileño para proponerles un pacto de cooperación y poder alinearlos a todos juntos. La cita fue en el hotel Das Palmeiras de Río, en la habitación de O Rei Pelé, además estaba Roberto Rivelino (una de las zurdas más letales de la historia del fútbol), Gerson (el cerebro), Tostao (una especie de Iniesta a la brasileña, pero zurdoo) Jairzinho, a quien México 70 coronó como el más perfecto heredero de Garrincha.

Entre las cuatro paredes de esa habitación se empezó a forjar el "Brasil de los cuatro dieces", en alusión al número de camiseta que cada uno vestía en sus equipos: Jairzinho (Botafogo), Gerson (San Pablo), Pelé (Santos), Tostao (Cruzeiro) y Rivelino (Corinthians).

Ellos le dieron brillo a uno de los mundiales más ricos de la historia. México 70 reivindicó a los Mundiales, luego del vergonzoso, violento y amañado Mundial de Inglaterra 66, y la fantástica demostración de los brasileños tuvo mucho que ver para ello.

Fue el mundial en el que irrumpieron las tarjetas amarillas y rojas; de los dos cambios; del primer equipo africano (Marruecos); de los "no goles" más maravillosos de la historia (Pelé al checoslovaco Víctor y al uruguayo Mazurkiewicz); de la atajada de todos los tiempos, según FIFA (del inglés Banks a Pelé); de los 12 goles de Gerd Muller, y de dos duelos memorables (Alemania 4 - Inglaterra 3 e Italia 4 - Alemania 3, bautizado el partido del siglo).

La mitología popular cuenta que, al igual que Bilardo 16 años después y en el mismo sitio, dijo: "Seremos los primeros en llegar a México y los últimos en irnos".

Eduardo Galeano, en su libro "El Fútbol a sol y sombra" escribió: "En el Mundial del 70 Brasil jugó un juego digno de las ganas de fiesta y la voluntad de belleza de su gente. (...) Aquel Brasil fue un asombro: presentó una selección lanzada a la ofensiva, que jugaba con cuatro atacantes, Jairzinho, Tostão, Pelé y Rivelino, que a veces eran cinco y hasta seis. En la final, esa aplanadora pulverizó a Italia 4-1".

Su camino hacia la gran final en el estadio Azteca fue devastador para sus rivales: Checoslovaquia 4-1, Inglaterra (1-0), Rumanía (); Perú, en cuartos 4-2 y Uruguay 3-1 en semis.

"Debería estar prohibido jugar un fútbol tan bello", escribieron tras la derrota los periódicos ingleses.

De la final contra Italia Michael Jordan debe haber aprendido los secretos de cómo saltar y quedarse suspendido en el aire, en ese primer gol de Pelé. Después Tarcisio Burgnich contaría: "Saltamos juntos... pero cuando yo estaba en la tierra, él seguía en el aire. Yo había pensado para darme ánimo: Pelé es de carne y hueso, como yo, pero estaba equivocado".

El Brasil de 1970 de Félix; Carlos Albert, Brito, Piazza, Everaldo; Clodoaldo; Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino fue el mejor heredero de los campeones del Suecia 1958 y Chile 1962, y la Jules Rimet fue a parar definitivamente a las vitrinas de la CBS.

Parecía que con semejante demostración nunca más nada podía llegar a asombrar a los aztecas dentro de una cancha de fútbol... Simplemente porque no sabían lo que les iba a esperar 16 años más tarde, por obra y gracia de otro morochito retacón.

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