FUTBOL

En Suiza 1954 a los mágicos magyares les falló la última función

Rumbo a Brasil 2014

Hungría era el mejor equipo del mundo; tenía jugadores maravillosos (Puskas, Hidegkuti, Kocsis), un invicto de 33 partidos, triunfos memorables, la medalla dorada en Helsinki 52. Pero... Alemania se cruzó en su camino. Igual, la historia los reconoció para siempre.

Daniel Lovano / elpopular.com.ar

No de todos los segundos nadie se acuerda. De ello puede dar fue la maravillosa selección húngara que hizo historia en la primera mitad de la década del 50 y, por razones que aún no se alcanzan a comprender, no se quedó con la Copa del Mundo disputada en Suiza, entre el 16 de junio y el 4 de julio de 1954.

El ballet húngaro, o los mágicos magyares, llegaron a la cita helvética con antecedentes aterradores para sus rivales: 33 partidos invictos, una victoria 6-3 sobre los ingleses en Wembley (la primera de una selección no británica) y la fresca medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, pero más allá de los números, un juego maravilloso proyectado desde la zurda sin igual de Ferenc Puskas y un goleador extraordinadio como Sándor Kocsis, con el tiempo íconos indelebles en la historia del Real Madrid y Barcelona.

La Confederación Helvética de Fútbol logró la designación para organizar la quinta Copa del Mundo en el Congreso de Luxemburgo celebrado en julio de 1946 y la designación tuvo como motivo excluyente que el país, por su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, estaba en condiciones económicas y financiera como para llevar adelante un evento de este tipo.

Treinta ocho equipos registraron sus inscripciones, los que fueron distribuidos en 13 grupos eliminatorios para definir los 14 participantes, más el anfitrión y Uruguay, el campeón vigente.

La eliminatoria sudamericana la disputaron Chile, Brasil y Paraguay. La Argentina, por expresa orden del general Perón, desestimó la participación por segunda ocasión consecutiva.

Francia - Yugoslavia, por el Grupo I, jugado el 15 de junio, fue el primer partido televisado en directo en la historia de la Copa del Mundo. Pocos meses antes del comienzo de Mundial suizo, ocho países europeos (Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica, Dinamarca, Italia, Holanda y Suiza) se asociaron para ofrecer tres eventos centrales de ese año: una entrevista con el Papa Pío XII, la largada de las 24 horas de Le Mans y 9 partidos de la Copa del Mundo.

Por el Grupo I se clasificaron Brasil y Yugoslavia; por el Grupo III Uruguay y Austria y por el Grupo IV lo hicieron Inglaterra y Suiza. En la Zona II, los húngaros se encargaron se dar un golpe sobre la mesa: en el primer partido golearon 9-0 a Corea del Sur y en el segundo aplastaron 8-3 a Alemania Federal.

Aquí lo paradójico: Hungría se metió en los cuartos de final con suma facilidad, los alemanes debieron recurrir a un desempate con Corea del Sur, y aunque lo superaron con facilidad (ganaron 7-2), la clasificación marcó dos realidades casi antagónicas.

Pero... a los húngaros no les ayudaron los cruces. Los cuartos con Brasil, el 27 de junio en el Wankdorf Stadion de Berna, pasaron a la historia como uno de los episodios más violentos en la historisa de los mundiales.

La Batalla de Berna dejaría huellas profundas en los húngaros que (a pesar de la ausencia de su máxima estrella, Ferenc Puskas), rápidamente se pusieron 2-0, con goles de Hidegkuti a los 3 minutos y Kocsis a los 7. El juego se hizo violento, especialmente por el lado europeo, y a Djalma Santos, a los 18 minutos, de penal puso el descuento.

En el segundo tiempo el nivel de agresividad se incrementó. A los 64'', Lantos de penal colocó el 3 a 1; un minuto después Julinho acortó distancia y a falta de dos minutos Kocsis -otra vez- marcó el 4 a 2 definitivo.

Tres jugadores se fueron expulsados por el árbitro Arthur Ellis. Los dos primeros fueron tras un intercambio de golpes entre Bozsik (Hungría) y Santos (Brasil) y más tarde el brasileño Humberto, por golpear a Lórant. La batalla se extendió a los vestuarios, tras un botellazo de Puskas contra Pinheiro.

Enseguida, otro partido no recomendable para un equipo que viene fatigado, Uruguay, invicto en Copas del Mundo, después de vencer 4-2 a Inglaterra en los cuartos de final.

Los húngaros sacaron una vez más rápida ventaja, los uruguayos empataron de arremetida con dos goles del argentino Juan Eduardo Hohberg, a los 75 y a los 86 minutos y debieron recurrir al tiempo suplementario.

Como caballo que alcanza, ganar quiere, parecía que se le daba a Uruguay la tercear final en tres participaciones, pero apareció una de las estrellas de Hungría, Sándor Kocsis, hizo dos (a los 111 y a los 116 minutos) y el gran candidato estaba ante su gran oportunidad.

Del otro lado, el recorrido de los alemanes había sido mucho más liviano: 2-0 a Yugoslavia en cuartos, un partido que según el periodista suiza Eric Walter debió perder por amplio margen, y en semifinales vapuleó a los austríacos 6-1.

El 8-3 de los finalistas en la primera fase era toda una tentación para apostadores con ganas de hacerse de unos mangos fáciles, pero había que ser muy arriesgado, y más de la forma en que empezó ese final el 4 de julio en el Wankdorf Stadion de Berna: en 20'' Hungría ganaba 2-0, con goles de Puskas y Czibor. De pronto la gran sorpresa; un gol de Morlock y otro de Rahn emparejaron rápidamente el marcador.

En el segundo tiempo los húngaros sacaron todo su bagaje individual y colectivo y se lo enrostraron a los alemanes: tres tiros en los palos y una fenomenal actuación del arquero Turck evitaban lo irremediable; Liebrich y Kohlmeyer la sacaron de la línea.

Sólo la brusquedad de los alemanes impedía que se jugara dentro de su área chica. Pero había algo escondido, un argumento central en la exitosa historia del fútbol alemán: una mentalidad de hierro. Y a 6'' para el final Boszik perdió una pelota en campo contrario, Shaefer envió en profundidad, Fritz Walter (el primer prócer germano) superó en la carrera a Zakarias, y mandó un centro que Helmuth Rahn mandó al fondo del arco de Grosics.

Ni siquiera el arrebato fin del lesionado Ferenc Puskas pudo evitar la injusticia, cuando el árbitro galés Mervyn Griffiths le quitó el gol del empate por supuesta posición adelantada de Hidegkuti.

Ni la derrota, ni el segundo puesto fueron capaces de cambiar el juicio final para aquel equipo húngaro, uno de los mejores (o tal vez el mejor) de siempre.

La invasión soviética de 1956 desarmó aquel ballet sobre la hierba, y cambió para siempre la historia del fútbol húngaro, que nunca más volvió a ser lo que fue hasta el Mundial de Suiza.

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