Rumbo a Brasil 2014 La triste historia del arquero de la selección brasileña en el Mundial de 1950, señalado cruel e injustamente como el responsable de la derrota ante los uruguayos en Maracaná.
Moacir Barbosa Nascimento veía inquieto como en la carrera del uruguayo Alcides Edgardo Ghiggia primero dejaba atrás su defensor Bigode y después quedaba demasiado lejos el cierre de Juvenal, pero en ese instante minúsculo no se hubiese atrevido a imaginar el infierno que le esperaba para el medio siglo de vida que le quedaría por delante.
Justo él, considerado uno de los mejores arqueros del mundo en los diez años anteriores a la final de Maracaná, no pudo evitar que la pelota se metiera entre su pierna izquierda y el primer palo. Fue el gol que evitó la consagración de Brasil en el Mundial del 50 y que terminó de escribir el argumento mágico de la hazaña uruguaya.
Como toda gran tragedia deportiva mueve a buscar responsabilidades individuales, aunque el fútbol sea un deporte colectivo, el dedo acusador se posó sobre el arquero de la selección brasileña. Nunca le perdonaron que ese un día pensado como una gran fiesta nacional terminó convertido en la tristeza colectiva más grande que recuerde Brasil.
"Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí" contó tiempo después el viejo Moacir, casi al borde de las lágrimas.
Dicen que después de aquella final ganada por los uruguayos el gran Obdulio Varela se escapó de los festejos y salió por los bares para compartir una copa con la pena de los brasileños. "La culpa no fue de Barbosa. A esa pelota la hizo entrar el destino" dijo el "Negro Jefe". Pero nunca hubo indulto para el moreno de una elasticidad sin igual.
El villano que la historia había elegido con una crueldad inentendible había naciodo en Campinhas, una ciudad de las afueras de San Pablo, el 27 de marzo de 1921. Arrancó con la pelota en Almirante Tamandaré, pero como no le gustaba correr lo mandaron para el arco.
Lavaba vidrios a la par que atajaba para el equipo del Laboratorio Paulista de Biología, donde se ganaba otros cruzeiros. Lo vieron y le ofrecieron jugar en el Ypiranga, un equipo chico de la Liga de San Pablo.
De allí el salto al poderoso Vasco da Gama y en Río de Janeiro alcanzó la condición de ídolo: ganó cinco torneos Estaduales (entre 1945 y 1952), un Campeonato Sudamericano de Campeones de 1948 antes de tener un lugar en la selección brasileña que por entonces no era verdeamarela, sino blanca,
Cuentan que en las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos quiso pasar a saludar a los jugadores del scratch en la concentración. "Que no pase y que no vuelva" ordenaron.
Vivía en una casa prestada y subsistía con una pensión de esas que en el sur del continente condenan a la miseria. El periodista Armando Nogueira testimonió que Barbosa "fue la persona más maltratada de la historia del fútbol brasileño. Era un arquero magistral. Hacía milagros, desviando con mano cambiada pelotas envenenadas. El gol de Ghiggia, en la final de la Copa de 1950, le cayó como una maldición. Cuanto más pasa el tiempo, más lo absuelvo. Aquel partido Brasil lo perdió en la víspera".
Su dolor pocas veces trascendía en sus propias palabras, pero llegó a decir que si no hubiera aprendido a soportar tanta maldad, "habría terminado en la cárcel o en el cementerio". Cierta vez contó qie "una tarde de los años ochenta en un mercado me llamó la atención una señora que me señalaba mientras le decía en voz alta a su hijo: ''Mirá, ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil'' ".
Murió el 7 de abril de 2000, pobre, olvidado, señalado como el máximo responsable de la mayor pena deportiva en la historia de Brasil. SObre su cajón, una bandera del Yripanga. Apenas lo recordó un viejo rival, Idario Peinado, estrella del Corinthians en los años 50.
Al otro día, el 8 de abril de 2000, el blog "Devolvé el fútbol" apareció un texto que decía: "Moacir sabe que ya está. La condena fue larguísima. ''Treinta años es la pena máxima por matar a alguien y yo todavía sigo pagando por un crimen que no cometí'', piensa.
"Moacir sabe que ya está. En el silencio previo a su segunda muerte no tiene miedo. El ya sabe lo que es morir, lo que es sentir a la muchedumbre sin ruido. A los 34 minutos del segundo tiempo, Alcides Ghiggia entra nuevamente por derecha y saca un remate bajo, justo, milimétrico. Moacir la toca, siente la pelota rozando sus dedos y piensa que esta vez, como tantas otras, ha evitado el gol, ha mandado la pelota al saque de esquina. Pero no. La guillotina cae sobre el cuello del portero.
"Moacir Barbosa Nascimento muere el 16 de julio de 1950 ante 200.000 espectadores y todo un país ansioso de encontrar culpables ante la derrota. Él seguirá atajando hasta los 41 años pero la gente lo señalará siempre como el responsable de la tristeza. Paradójicamente pasará el resto de su vida cortando el césped del Estadio Municipal de Río de Janeiro, el Maracaná. Repasará la jugada una y otra vez, como si de un accidente fatal se tratara.
"El día que cambiaron los arcos del estadio, Moacir pidió que le dieran los viejos postes de madera y los quemó, como si de un ritual curatorio se tratase, para que las llamas le quiten la maldición. Será entrevistado en algunas ocasiones por alguna revista o programa de televisión. Se refugiará en los amigos, los que lo apoyaron siempre, aunque él sospeche que ellos también lo crean culpable del gol.
"Consolará sus noches con caipirinha y la música de Tabaré Cardozo: ''Un viejo vaga solo. La gente sin piedad señala su fantasma sin edad por la ciudad. Su sombra corta el pasto en el Maracaná. Retrasa la jugada en soledad mil veces mas. Cuida los palos Barbosa del arco del Brasil. La condena de maracaná se paga hasta morir. Quema los palos Barbosa del arco del Brasil. La condena del maracaná se paga hasta morir''.
Moacir sabe que ya está. El 7 de abril del 2000 muere nuevamente, esta vez en soledad".