Día del peluquero. María Angélica Takieldín hace un balance de su oficio Tenía 16 años cuando empezó a estudiar peluquería, pero cuenta que siempre le gustó la docencia. Por eso hoy, Angélica tiene su negocio y también una academia.
Dice que aprendió a amar este trabajo, algo tan inimaginable cuando era chica, pero que terminó siendo una de las cosas más satisfactorias.
Fue su hermano quien la convenció para que se inscribiera en una academia olavarriense y aprendiera el oficio.
Así fue como en 1965, con sólo 16 años, María Angélica decidió ingresar como alumna a la única academia con la que contaba nuestra ciudad, a pesar de que su verdadera vocación era la docencia. "De chica jugaba a ser maestra y ése era mi sueño: enseñar". Sin embargo, mi hermano, que para nosotros era como nuestro padre, me insistió tanto que probé y me encantó. En aquel momento la situación económica hacía que no pudiéramos elegir demasiado qué estudiar", recuerda.
Con el tiempo llegué a amar lo que estaba haciendo. Es que este oficio le permitió también practicar -en cierta manera- la docencia. Junto con su primer salón de peluquería, montó también su propia academia donde daba clases a decenas de chicos que hoy son muy buenos peluqueros.
Así, entre cortes, tinturas y peinados, Angélica se dedica también a la enseñanza de este trabajo al que le dedicó ya más de cuatro décadas. "Me caí y me levanté muchas veces. Empecé muy de abajo". Su primera peluquería y academia funcionó en el barrio La Loma. "Era muy pobre el barrio, pero tenía un lugar inmenso y muchísimos alumnos, alrededor de 12 en cada turno". Ahora, continúa con este trabajo en su salón de la avenida Colón, donde también tiene su casa.
"Me dio más satisfacciones que descontentos", apunta. Su profesión le permitió criar sola a sus cuatro hijos. "Una es médica y está en La Plata, y otros dos son peluqueros, uno trabaja en Azul y otro acá", dice orgullosa.
Pero además, supo ganar infinidad de amistades. Ahora, le cuesta pensar que algún día tendrá desprenderse de este trabajo que forma parte importantísima de su vida. "Me falta un año para jubilarme pero no creo que lo haga -expresa-. No me imagino sin ir a la peluquería, estar con mis clientas y mis alumnos".
Perder el contacto con la gente es lo que más la preocupa. Es que, después de tantos años, "los vínculos humanos son muy intensos. Entre clientas y alumnos se forma un ambiente muy lindo. además, no me veo sin hacer nada. Me cuesta mucho pensar en eso porque mi peluquería es también una distracción", dice a tres meses de perder a su madre, a quien tenía a su lado "como una especie de secretaria personal", y con quien compartía también su casa.
Su peluquería está lleno de recuerdos. Pasaron muchas clientas "que ya no están" y continúan yendo aquellas que comenzaron a peinarse con Angélica hace muchos años. Las anécdotas también están presentes. Hay miles, buenas y otras no tanto.
El sillón del psicólogo
Para los clientes, la peluquería de Angélica no es sólo ese lugar en donde embellecer el cabello, sino también un espacio en el que comparten preocupaciones, alegrías y tristezas.
"Yo siempre digo que es como el sillón del psicólogo. Mientras uno hace su trabajo también presta su oído. Y muchas veces, cuando cierro la puerta del salón para irme después de un día de trabajo, me doy cuenta que en ocasiones mis problemas son diminutos comparados con cosas que me cuentan las clientas. Estando ahí conocés todo lo que les pasa", dice Angélica.
Y cuenta que "tengo clientas de muchos años. Una de ellas por ejemplo, todavía sigue yendo y siempre les dice a mis alumnas: ''vieron, todavía tengo pelo''. Es una señora mayor, pero tiene una gran alegría que nos transmite a todos".
Es que lo más le gusta de su trabajo es ese contacto humano que va fortaleciéndose con el correr de los años. "Uno se hace amiga de mucha gente. Y, entre mis clientas y mis alumnas se forma un ambiente tan lindo que da paso, después, a la amistad porque compartimos muchas cosas y muchas horas".
A más de cuatro décadas de oficio, Angélica hace un balance más que positivo respecto de su trabajo. "Empecé muy de abajo, en un living separado por un biombo. Con el tiempo fui creciendo en la profesión. Tuve tropezones y me levanté, siempre seguí con esto. Viajé mucho, conocí mucha gente, me especialicé y hasta escribí un libro hace 25 años cuando no había tanto material bibliográfico como ahora. Se llamó ''Conocimientos técnicos de peluquería'' y hasta se vendió en librerías. También ayudamos al Hogar de Niños -hace muchos años- cuando iba con mis alumnos a cortarles a los chiquitos el pelo totalmente gratis. Y formé parte también del Centro de Peluqueros de Olavarría donde organizábamos todo tipo de eventos".
A 42 años de trabajo constante, Angélica sigue preguntándose por qué la gente piensa que "si hacemos un trabajo que no es nuestra vocación no nos sentimos bien". Dice que ser peluquero no era su vocación, pero tal vez -muy íntimamente- sí lo era, sólo que tenía que descubrirla.