LAMADRID

Las hermanas, entre el misterio de la Casona y la vida social

Descubriendo a los Laplacette (I)

La familia de don Casimiro Laplacette y doña Graciana Safontás es uno de los principales eslabones de la historia de General La Madrid, y alrededor de ellos y la Casona Señorial, durante mucho tiempo, se creó un halo de misterio que a través de distintas notas intentaremos desmitificar.

El monte ocupa un lugar central en la vida lugareña. Hoy, el Municipio recuperó gran parte de la casa y quienes conocieron a los Laplacette aseguran que los dueños "estarían felices y mirando todo con una gran sonrisa".

De la Casona ya se ha contado que fue creada en 1890 y con su estilo arquitectónico aún llama la atención de los visitantes.

Pero qué conocemos de sus moradores, de sus vidas y del día a día. Cómo vivían, cuál era su espíritu social, qué aportaron a La Madrid; son preguntas que salen a la luz después de mucho tiempo sin conocer nuestra propia historia y que con la apertura al público de la Casona podemos comenzar a descubrir.

Don Casimiro y Doña Graciana tuvieron diez hijos: Rubén, Raúl, Blanca (Tota), Raquel, Lydia, Haydee, Cora, Alicia, Ester y Nélida.

Las hermanas parecían reservadas, pero tenían una intensa vida social. Parecía que no podía venir cualquiera a la casa, pero en realidad aquí se hacían muchas reuniones porque tenían una estrecha relación con las actividades feligreses, visitaban el leprosario y ayudaban en otras instituciones de la ciudad.

"Tenían una vocación de servicio y caridad extraordinaria", recalcan quienes las acompañaron hasta último momento.

Según cuentan, la Casona sirvió como lugar estratégico para organizar diferentes acciones e inclusive allí sirvió como taller para la confección de títeres para obras de teatro de la parroquia Nuestra Señora del Carmen.

La amplia construcción sirvió de cobijo para la cultura lamatritense. Cora, una de las hijas, ayudó a los pequeños en las traducciones de inglés y francés. La familia Laplacette era aficionada al arte y Raquel tocaba el piano, reuniendo a los niños para escuchar "El ranchito florido"; también el doctor León Alberto Chevallier era un amante del violín.

No sólo se vinculaban a la iglesia Nuestra Señora del Carmen porque eran catequistas, sino que colaboraban con el Patronato de Leprosos de Buenos Aires y regularmente recolectaban las alcancías verdes con las que se les enviaba ayuda a los internos. Además tuvieron una activa participación en la organización de las primeras exposiciones de flores del Club General La Madrid, que fueron famosas en su época no sólo en la ciudad sino también en la región.

La casa cuenta con varias dependencias, la mayoría de las cuales aún conserva su estructura original y hoy sirven para albergar el museo histórico y el archivo judicial.

Pero en su momento sirvieron como lugares de reunión. El salón trasero era destinado al almuerzo y la merienda; mientras que la sala central sólo era utilizada en la noche y en los momentos especiales, de hecho cuando Ester viajaba a los casamientos de sus parientes dejaba todo preparado para que sus hermanas pudieran disfrutar de una "velada muy especial y no se perdieran la fiesta" a las que habían sido invitadas pero no podían asistir.

En la convivencia había una particularidad: las hermanas se acompañaron hasta último momento y cada una tenía un "rol asignado", y así una de ellas se encargaba del mantenimiento de la casa, otra de administrar los bienes y estaba la responsable de la comida. "Funcionaban como una provincia; cada una es independiente pero unidas", detallan los allegados.

Lilí fue la última de las hermanas Laplacette en morir. "Toda la vida fueron muy acogedoras, aunque muchos creían que no era así. Tenían un círculo que las acompañó hasta último momento y sin dudas fueron muy felices y queridas", cierran quienes más las conocieron.

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