Entrevista con el ex futbolista Fernando Cáceres, sobreviviente de un asalto y creador de un club para dar herramientas a chicos de barriadas pobres Fernando "Negro" Cáceres nació y creció en una villa y fue un jugador de fútbol de elite. Jugó en Independiente, Boca, River; en la Selección Nacional y en equipos españoles. En 2009 sufrió un asalto en el que perdió un ojo y sufrió fractura de cráneo. En 2012 decidió crear un club de fútbol para formar chicos que puedan tener una oportunidad de vida. Está convencido de que la mano dura no es la salida. Ni tampoco la baja en la edad de imputabilidad. Sino la generación de recursos.
Hace poco más de una semana Fernando "El Negro" Cáceres cumplió 49 años. Su vida pasa por el fútbol, como desde los 5 años, pero ya no con la pelota entre los pies. Sino con la responsabilidad sobre 250 chicos de las barriadas más pobres de La Matanza con los que apuesta a construir herramientas que les permitan estar en pie, con los ojos en el futuro y con sueños. En noviembre de 2009, ese hombre que supo tener fama, éxito y un protagonismo inigualable como jugador de la Selección nacional, de Boca, River, Independiente o equipos españoles como el Valencia o el Real Zaragoza, entre otros, fue baleado durante un asalto, perdió un ojo y tuvo fractura en la base del cráneo. Durante la entrevista con este diario, en ningún momento llamó asalto o delito a aquel episodio sino "accidente". Así como tampoco se ubica en el lugar de víctima. Más bien, como un convencido hacedor de oportunidades para pibes que, como él, crecieron en una villa como la Carlos Gardel o nacieron en otra, como la Santa Rita, de Boulogne.
Fernando Cáceres está muy lejos de ubicar la culpa de lo ocurrido en los cuatro chicos entre 15 y 18 que aquel día de noviembre de ocho años atrás se cruzaron violentamente con él. Sino en la falta de recursos destinados a ofrecer otra perspectiva vital. Tampoco cree que la mano dura sea una salida. Y así como para él desde sus años niños la pelota y un potrero fueron el camino, intenta ofrecerlo a otros que como él, nacieron en una villa miseria. Construir desde la perspectiva de lo colectivo. En el fútbol se hacen amigos, repite. Se arman grupos, agrega. Y eso –está convencido- es lo que salva.
Fuiste un tipo que llegó a estar en la cima del fútbol dentro y fuera del país y hoy tenés el Fernando Cáceres Fútbol Club en el que formás pibes de los márgenes a partir de haber rozado la muerte. ¿Qué cambió dentro tuyo?
Antes de la época en la que tuve el accidente, yo tenía una vida en la que iba y venía, viajaba, no paraba nunca. A raíz de eso decidí que tenía que pensar qué podía hacer yo en mi vida para ayudar a alguien y me decidí hacerlo desde el fútbol. Porque además estaba rodeado de gente ligada al fútbol. De hecho, en el club yo tengo todos entrenadores y preparadores físicos que tienen título.
Vos laburás con pibes que muchas veces están al borde, que sienten demasiadas veces que el futuro no existe. ¿Cómo tratás de romper con esa lógica?
Es que la lógica es trabajar para mostrar a los chicos que hay una manera de hacer las cosas bien. Y el fútbol es una herramienta accesible para ellos. Porque la inseguridad no es responsabilidad de los chicos.
¿Por qué creés que no te ubicaste en el lugar de víctima?
Yo nunca caí en eso de culpabilizar a los chicos. Porque creo que se equivocaron, que cometieron un error, que quién sabe en el tiempo qué va a significar para ellos. Sí por ahí eché la culpa al entorno que tienen en una vida que no les ofrece otra cosa para hacer.
Pero sabés perfectamente que el grueso de la gente que atraviesa historias como la que te tocó vivir a vos se cargan de bronca y terminan exigiendo más mano dura...
Es que yo no puedo luchar contra el pensamiento de los demás. Mi pensamiento es otro. Las reacciones que tenemos las personas no son las mismas. Yo no quiero buscar culpables. No me interesa la mano dura. Me interesa sí ayudar para que los chicos tengan una salida en la que vean que la vida no es sólo lo malo. Que hay cosas buenas también. Y por eso elegí hacerlo a través del fútbol. Porque si a mí me fue bien en la vida fue por el fútbol.
¿Por qué?
Yo crecí en la villa Carlos Gardel. Y una de las personas involucradas en el accidente era de ahí. Y yo tuve otra salida. Tal vez los años hicieron que uno tuviera otras posibilidades. Yo empecé muy chico en el fútbol y me dediqué a eso toda mi vida. Incluso hoy. Aunque desde otro lugar. Ya no pienso en mí. Pienso en los chicos. Y quiero que ellos puedan vivir esa posibilidad que se me dio a mí, que puedan hacer otra cosa en la vida. Incluso yo tengo muchos amigos de mi infancia con el fútbol, amigos de la escuela en la Gardel, amigos en la villa. No es todo malo en una villa. Hay gente buena, gente mala. Pero no todos tienen la misma posibilidad de decidir.
¿Cómo era la Carlos Gardel cuando vos eras un pibe y cómo es hoy?
Hoy está Gendarmería adentro. Antes, no. Y tanto antes como ahora, siempre hubo, sin embargo, gente buena y gente mala, gente que supo cuidar a sus hijos y gente que no. Cuando yo era chico uno podía hacer amistades muy fácilmente. Existían las figuritas con las que uno jugaba en la calle y hoy no existen. Y cambiabas figuritas con los otros pibes e ibas armando grupo. Son cosas que cambiaron muchísimo. Yo tuve la suerte de vivir en la Gardel como un chico con enorme libertad y con mucha alegría por tener amigos que hoy conservo.
¿Tus padres llegaron desde el Chaco a la villa?
Sí. Y mi papá era cocinero en una fábrica de camiones en Lobos. Mi madre ama de casa y nos tenía a mí y a mis hermanos, siete en total. Encima, nos separaban apenas uno o dos años. Primero vivimos en la villa Santa Rita, en Boulogne. Y después nos fuimos a la Gardel pero siguió todo igual. Papá como cocinero y mamá en casa. Y con mis hermanos crecimos todos juntos, íbamos todos al colegio.
¿Cómo estás ubicado en la hilera de hermanos?
De siete hermanos, soy el último. Fuimos creciendo todos rodeados de buena gente. Un lugar cualquiera, una villa, por el hecho de ser una villa, por llamarse villa, no quiere decir que todo sea malo. Yo viví cerca de 10 ó 12 años en la Carlos Gardel y nunca tuve problemas.
¿Cuándo agarraste la pelota?
A los 5 ó 6 años, en el barrio. Era muy chico. Y era ir al colegio y jugar a la pelota. Y uno a veces quería más jugar al fútbol que estar en la escuela escribiendo. Pero no por eso uno sale burro, ¿eh? Era un poco de una cosa, un poco de la otra. Pero yo estoy muy contento de todo lo que pasé y viví en ese lugar. Y de toda la gente que conocí. Si bien yo ya no vivo en la Gardel, vivo en Ramos, que no es tan lejos y conservo amigos. Estoy apenas a 5 minutos. Y después de haber pasado todo lo que yo pasé y viví dentro del fútbol estoy orgulloso de haber salido de la Gardel. Saludo a la gente como si los años no hubiesen pasado. Y ellos me recuerdan también a mí.
¿Cómo hace un tipo que tuvo todo en sus manos para no olvidarse de la pertenencia a la villa?
Tiene que ver con ser buena gente. Mis amigos y yo sabemos muy bien lo que vivimos juntos. Jugar al fútbol, hacer un asado, patear la pelota, vivir historias en común. Y es imposible olvidarse de todo eso.
¿Qué te modificó más drásticamente? ¿El saltar de la villa a los grandes equipos de fútbol o el roce con la muerte?
No, nada me modificó. Yo creo que las cosas que fui viviendo las fui conociendo a medida que me atravesaban, a medida que las vivía. El tema del accidente, de la cercanía de la muerte, ha sido un tema complicado pero me limité a saber que me tocó estar en un hospital, estar internado y a medida que los días pasaban lo fui aceptando. Después, cuando uno sale de todo eso quiere más a la vida todavía. Porque todavía tiene deseos de vivir y de vivir mucho.
A pesar de todo eso elegiste la paz, el laburo con los pibes y te pronunciaste abiertamente contra la baja en la edad de punibilidad… ¿Qué es lo que, para vos, genera que en ocasiones el delito llegue de la mano de un pibe?
Que no hay recursos en un país tan grande, con tantas posibilidades, para que los chicos busquen otra alternativa. Yo trabajo con los chicos desde el fútbol. Pero no es lo único que tiene que existir en un país para que los chicos tengan alternativas de ver buenas cosas. Tiene que haber muchísimo más. Y no tiene que salir solamente de un futbolista o de otro. Tiene que salir de todos lados. Tienen que destinarse recursos para que los pibes puedan crecer de otra manera. Para que entiendan que el laburo es otra cosa y no lo que piensan ellos.
¿Cuántos pibes tenés en el club?
Cerca de 250. Entre los que son jóvenes y están jugando en el Federal C ahora; los de sub 17 y sub 16 y otros que son más chicos todavía.
La cancha ¿es una escuela para la vida?
Ayuda, porque además de hacer lo que les gusta conocen otros chicos, de otros barrios. Generan amigos.
Y vos… ¿seguís extrañando el fútbol?
Por suerte, cuando yo me retiré del fútbol no tuve esa necesidad de hacer algo para dejar de extrañarlo. Era saber que era una etapa que se había terminado y que había que continuar con la vida normal. Con mi familia, mis amigos.
¿Qué sueños tenés?
Tratar de que alguno de los chicos que está en el club tenga tanta suerte como la que yo tuve en la vida.
¿Dónde sentiste que era tu lugar? La selección, clubes como River, Boca, Independiente, de Europa…
Me tiraban los equipos grandes. Porque significaba descubrir la gran pasión que la gente tenía con su equipo. Cuando estás en ese lugar y ves todo eso que te rodea, es tremendo.
¿Qué te pasa cuando recordás a ese pibe que fuiste, delgado, musculoso, allá en el mundial 94, por ejemplo?
Fue complicado aquello porque quedamos eliminados. Y encima con el equipo que teníamos, era posible llegar a la final. Pero se dio esa desgracia y fue muy, muy doloroso. Salir a la cancha después fue muy triste, muy duro. Porque a partir de lo que pasó con Maradona se dejó de hablar de fútbol. Los medios sólo hablaban de lo que había pasado con Diego. Intentamos igual hacer las cosas bien pero ya nadie hablaba de fútbol. Entonces fue muy duro y muy triste.
Seguís siendo fanático de fútbol. ¿Cómo ves a la selección en este presente?
Hay que tener en cuenta que son mundiales. Que se juega entre las mejores selecciones del mundo. Y eso es complicado. Porque encima Argentina es un espejo para muchas selecciones. Y cuando la enfrentan, quieren salirle al pie. Entonces la selección argentina tiene que estar siempre al 100 por ciento. No tiene ni siquiera un partido tranquilo. No existe eso para nosotros. Pero bueno, hay que tenerle confianza.
¿Qué revancha le pedís a la vida?
No, revancha ninguna. Sólo que me dé tiempo para vivir, nomás. Que me dé mucho tiempo para intentar devolverle a la gente que me ayudó. Tratar de estar cada vez mejor y que sientan que lo que hicieron en su momento para ayudarme tuvo resultado.
Vivís con tu mamá, ¿verdad?
Sí, vivo con ella.
Las pasó feas…
Sí, no la pasó bien. Igual ahora, ya no me aguanta nadie en casa. Ni ella. Porque para mí todo es fútbol. De todos los colores. Fútbol de todos lados. Le cuesta aguantarme. Pero me soporta. O, qué se yo… intenta soportarme.
¿Con qué te sentís más cómodo? ¿Cuando te llaman Fernando Cáceres o el Negro Cáceres?
Es que ya es imposible cambiar. Todos me dicen el Negro Cáceres. Y no me molesta. Si digo Fernando Cáceres hay gente que por ahí no me ubica. Si digo el Negro Cáceres, ahí sí. Todos lo saben.
¿En qué instancia estás en tu rehabilitación?
Estoy en una transición de cara a dejar todo. Trabajo mucho con mis hermanos, ya descubrimos cómo es. Lo mío hoy en día es caminar y caminar. Para que el cuerpo se acostumbre a que puedo hacerlo. Y que el cerebro reconozca que tengo partes de mi cuerpo que se mueven. Y acostumbrar a mi cerebro cada vez más. Eso sí, camino con un bastón.