De Laprida no se fue más y empezó a caminar la vida haciendo changas y trabajos como peón de albañil, hasta que en 1957, Héctor Igartúa que era jefe de la oficina de Correos, le propuso ingresar como cartero y reemplazó por entonces a Eugenio Lacal.
Al año de haber encontrado estabilidad laboral se casó en 1948 con Amelia Blanca Gorosito con quien comparte los días hoy en su casa de la calle Sancholuz y de ese amor nacieron sus hijos Silvia –radicada hoy en Mar del Plata– y Jorge que vive en nuestra ciudad.
Su trajinar y cruzar las calles polvorientas llevando cartas con buenas y malas noticias, lo fue nutriendo de vivencias y amigos con los cuales hoy se cruza y lo recuerdan como cartero, que en el caso de quien suscribe lo llamaba "Mené", que en mi corto lenguaje de niño era "Muñoz", que llegaba por las mañana con una carta, atravesado por la correa de aquella cartera de cuero marrón desbordada de correspondencia para entregar.
Sus días comenzaban en el correo a las 6 de la mañana "y nunca sabíamos a la hora que nos íbamos porque a las 18 regresábamos porque había que sellar cada una de las cartas para el día siguiente", relata, en tiempos donde calcula que repartían mínimo cerca de 300 cartas diarias y muchas propagandas.
Tiene marcado aquel trabajo en el Correo del que se jubiló en 1992 y de sus compañeros de labor y amigos como Alfredo Albasi, Oscar Marcobechio, el "flaco" José Eleno, Horacio Luna y Carlitos Minaberría. Claro, también ese ámbito le dejó muchas de sus anécdotas.
Por citar una contaba que cuando Mario Michetti cursaba su carrera de médico, le enviaba cartas a su tío y en el frente del sobre se leía Robustiano Lomolino. "Nosotros no sabíamos quien era, hasta que supimos que se trataba de una broma de Mario Michetti para su tío Nicolás Lomolino".
