FUTBOL. El xeneize jugó mal en Brasil, perdió por 2-0 ante Corinthians y no pudo conquistar su séptimo título continental El equipo argentino cayó 2-0 en el Pacaembú contra el paulista, que así conquistó la primera Copa en su historia.
Télam / Eduardo Martínez, enviado especial
Boca Juniors no pudo anoche sumar la séptima Copa Libertadores de su historia, al caer en la final de vuelta con el Corinthians de San Pablo, Brasil, por 2 a 0. Los goles del conjunto brasileño, que se quedó por primera vez con el certamen continental, fueron anotados por su figura, el delantero Emerson, a los 8'' y 26'' de la segunda etapa.
El encuentro, revancha del 1-1 de la ida del miércoles pasado en la Bombonera, se jugó en el estadio Pacaembú de San Pablo y le permitió al Corinthians consagrarse como campeón invicto (el último había sido justamente Boca Juniors, en la edición 1978).
El técnico brasileño Tité, a la vez, extendió su racha sin perder con los equipos argentinos: suma nueve triunfos y tres empates.
Boca comenzó con un planteo agresivo, con Silva y Mouche apretando en la salida del local e intentando aquietar el ritmo del partido con toques cortos (Riquelme de eje) en el mediocampo.
Corinthians era, en esos minutos iniciales, una invitación: con sus jugadores nerviosos e imprecisos, se mostraba como un equipo desordenado, con muchos espacios por las bandas; ineficaz en la defensa (sobre todo tirando el achique contra la velocidad de Mouche) y completamente inofensivo en la línea de arriba.
Pero de a poco se fue imponiendo la aspereza, y el partido, como el de la ida en la Bombonera, se hizo chato. Pobre.
Equilibrado y trabado. Casi una final de la Libertadores de los 60, aunque el árbitro colombiano Roldán controló acertadamente la situación con dos amonestaciones tempraneras, a Chicao y Mouche.
Quedó de todos modos la sensación de que era más probable un roce que una situación de riesgo frente a los arcos, y por un pasaje largo del encuentro la tensión estuvo centrada en Agustín Orión: el arquero acusó un dolor en la pierna izquierda (un golpe de su compañero Leandro Somoza en una jugada en al área) que lo terminó obligando a pedir el cambio, a la media hora de la etapa inicial.
La incertidumbre que suele generar el cambio de un arquero en un partido se hizo más dramática por la circunstancia, final de Copa, y el reto para Sebastián Sosa no fue demostrar su condición técnica ya reconocida, sino la capacidad anímica para resolver.
Tomó confianza con un par de intervenciones (cortó un córner, salió rápido ante un pase cruzado ante la entrada de Danilo, contuvo con seguridad un disparo lejano de Alex); y un intento fallido de Caruzzo lo obligó a la duda. Pero Boca llegó ileso al entretiempo: favorecido por la ineficiencia ofensiva del local, había saldado con éxito su primer gran interrogante.
Aunque Boca volvió a dominar y generó un par de jugadas de pelota parada cerca del área de Casio al comienzo del complemento, fue Corinthians el que finalmente rompió la paridad. A los 8m, Emerson (el mejor hombre del local) recibió dentro del área un tacazo de Danilo (después de un centro desde la derecha y algunos cabezazos imprecisos) y batió a Sosa con un derechazo al medio del arco.
Corinthians, entonces sí, se recostó definitivamente cerca de su área (con su cierta rusticidad, vale aclararlo, ya era ajeno desde antes a la historia del fútbol brasileño). Y Boca, arrastrando el clima turbio de la previa, los fantasmas sobre la partida de Riquelme, el "Roncaglia-gate", la tensión, fue con lo que pudo.
Falcioni apostó al ingreso de Cvitanich en el lugar de Ledesma para ganar peso ofensivo y tuvo el empate en la cabeza de Caruzzo. Pero resolvió Cassio, y en la siguiente el Corinthians lo remató: Schiavi erró un pase hacia el propio Caruzzo (último hombre), Emerson interceptó y se fue derecho, solo, 26'', al 2-0.
Después, el "Timáo" (sus 40 mil almas en el estadio, sus 30 millones de hinchas) se dedicó a conservar la diferencia; a rechazar sin rubor, ante la necesidad, a la tribuna; a saborear la posibilidad de un tercer gol. A palpitar, más allá de formas, de gustos o de estilos, la gloria legítima que logró.
A Boca, descolorido, que no generó peligro real a lo largo del encuentro, le quedó apenas la impotencia. Y, hoy mismo, tal vez los rumores convertidos en tristes certezas.