Ante una multitud, el trío californiano y el veterano solista británico brindaron un concierto contundente en el que priorizaron su exitoso pasado en detrimento de sus más recientes producciones.
El efecto postpandemia generó, entre muchas otras cosas, un incontenible deseo de regresar a la presencialidad en los más diversos ámbitos. Y el de la música no fue la excepción. Por eso, a nadie debe sorprender el inusitado fervor que desde hace meses vienen despertando los innumerables conciertos y festivales que conforman la actual cartelera local.
En ese sentido, parece no importar el nombre del artista, el estilo musical, el valor de las localidades o las dimensiones del lugar elegido para el evento; el denominador común es el del anuncio de "entradas agotadas" y, en algunos casos, el de "nueva función", evidenciando la imperiosa necesidad de reencontrarse con el otro y de disfrutar cara a cara.
Esto fue precisamente lo que se vivió ayer domingo en el estadio de Vélez durante la cuarta visita de Green Day al país. Cinco años después de su última presentación en Buenos Aires, el trío californiano desató la euforia y la pasión de una multitud que desde muy temprano se dio cita en el barrio de Liniers para corear a viva voz y de principio a fin todos sus hits. Y es que ya hace mucho tiempo que el grupo conoce a la perfección cómo provocar este tipo de reacciones a través de una actitud escénica basada en la exageración, lo frenético, lo grandilocuente y en la sensación de que nada debe quedar guardado en los camarines, ofrendando así hasta la última gota de sudor sobre el escenario.
Dejando absolutamente de lado el material de Father of all motherfunckers, su último álbum lanzado en 2020, y el perfil alternativo más reciente, Green Day optó anoche por priorizar sus orígenes punk pop, aquellos que a mediados de la década del noventa lo llevaron a encabezar dicha escena junto a The Offsping y Rancid, entre muchas otras agrupaciones.
"American idiot", "Holiday" y "Know your enemy" marcaron el inicio de un concierto intenso, que no dio respiro y que no escatimó en pirotecnia, explosiones y llamaradas como tampoco en un repertorio que abrió el juego hacia el rock, las baladas mid tempo ("Boulevard of broken dreams") y melodías de inconfundible sabor pop, como "When I come around", "Waiting" y "21 guns". Es por ello que a nadie sorprendió que clásicos tan disímiles como "Bohemian Rhapsody" (Queen) y "Blitzkrieg bop" (Ramones) oficiaran de preámbulo en una noche donde también hubo guiños hacia Black Sabbath (fragmento de "Iron Man" mediante), Kiss y The Isley Brothers con sendas versiones de "Rock and roll all nite" y "Shout" respectivamente.
Lejos de aquella imagen de saltimbanquis rebotando sobre el escenario del Parque Sarmiento durante su recordado primer desembarco en 1998, hoy Green Day se muestra plenamente como una banda de estadios, derecho que se ganó por la experiencia de tantos años en la ruta más una serie de discos exitosos y un sonido que en vivo evolucionó y se volvió más compacto y sólido gracias también al inestimable aporte de dos guitarristas y un tecladista/saxofonista de apoyo.
Tré Cool desde la batería junto al bajista Mike Dirnt conformaron una base monolítica sobre la que se apoyaron la guitarra y la voz del siempre inquieto y locuaz Billie Joe Armstrong. "¡¡¡Vamos a volvernos locos!!!" exclamó en varias oportunidades B.J. como un avezado maestro de ceremonias que sabe conducir y seducir a un público que le devuelve con gritos, cánticos y furibundos pogos (particularmente en "Brain stew") cada una de sus intervenciones. Como es habitual en las presentaciones del grupo, los fans no fueron meros espectadores y, esta vez, hubo una afortunada que fue invitada a cantar con ellos y un tal Valentín que cumplió el sueño de tocar la guitarra en uno de los temas.
"Basket case", "King for a day", "Wake me up when september ends", "Jesus of Suburbia" y "Good riddance (Time of your life)" oficiaron de sustancioso cierre para un auténtico banquete musical que contó en horas de la tarde con una celebrada "entrada" a cargo de Bastardos del Under, coronada luego por un "primer plato" sumamente esperado y especial.
A treinta y un años de su recordado show en River en compañía de Joe Cocker, Billy Idol regresó a Argentina con el pretexto de presentar en vivo The Roadside, su último trabajo discográfico lanzado en 2021. Pero pronto quedó muy en claro que su verdadera intención fue volver a compartir con sus fans locales aquellos éxitos que supieron invadir las radios y las discotecas durante gran parte de los años ochentas y principio de los noventas.
Luciendo su clásico look de cuero negro y cadenas colgantes y con su típico gesto de "chico malo" frunciendo los labios hacia los costados al estilo Sid Vicious, a sus 66 años el "viejo" Billy fue calentando motores y colocándose de a poco en "modo show". A través de un arranque demoledor, que incluyó uno tras otro a "Dancing with myself", "Cradle of love", "Flesh for fantasy" y "White wedding", el artista británico fue de menor a mayor en cuanto intensidad y vocalización y así fue conquistando al público que festejó sus dotes de experimentado showman.
El único estreno del set vino de la mano de "Bitter taste", una profunda balada en la que, como una manera de exorcizar viejos fantasmas, remite al accidente de moto que sufrió en 1990 y en el que casi pierde una pierna, además de mantenerlo alejado de la escena durante un tiempo sumamente prolongado. Conservando ese mismo clima intimista, "Eyes without a face" fue acompañado por las luces de miles de celulares a lo largo y a lo ancho del estadio, constituyendo así uno de los pasajes más logrados de su presentación.
Gran parte del poderío escénico de Idol descansó en el quinteto de músicos que lo secunda, exhibiéndose firme, muy afiatado y a la vez versátil dentro de estilos que navegan entre el punk, el rock clásico, las baladas y un tanto de hard rock, como en el caso de "Runnin' from the ghost". No obstante, todos los aplausos le correspondieron con justicia al legendario Steve Stevens, fiel ladero e inseparable compañero de Billy que disparó riffs penetrantes, además de eficaces y contagiosos solos desde su incendiaria guitarra.
Contundentes versiones de "Blue highway" y "Rebel yell" signaron el epílogo de un show en el que, ya con el torso al descubierto y con un dejo de ironía, Billy Idol expresó: "Nos vemos dentro de 31 años Buenos Aires. Prometo que volveré, sí, volveré".
Más tarde, B.J. Armstrong y sus muchachos se encargarían de colocarle el broche de oro a una velada intensa protagonizada por dos artistas afines que, en diferentes épocas (Idol en los ochentas y Green Day una década después) y aún con matices, se nutrieron de la energía y de la furia primal del punk para luego desarrollar y enriquecer sus respectivas carreras sumando nuevos ingredientes y colores musicales. (La Nación)