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Karina Becker lo define sin demasiadas vueltas: Para mí el trabajo es todo. Norberto Marquez trabaja desde los 14 años. Guillermo GargaglioneDetrás de esos vidrios protectores impuestos por la pandemia, al frente de la caja de la Panadería Santa Anita, Karina Becker lleva algunos años menos de las casi dos décadas que transcurrieron desde la primera vez que se paró del otro lado del mostrador.
Antes, había estado un par de años en un supermercado, por lo que su vinculación con el trabajo formal comenzó a los 13 años, ni bien finalizada la escuela primaria.
Cada mañana al despertar, siente que ir a la panadería es como ir a su "segunda casa. No siento que trabajo para patrones, sino que ellos para mí son parte de la familia. Tuve mucho trato con los padres; con Raquel (Frías) trabajábamos juntas a la mañana en el mostrador, mientras que Oscar (Leira) estaba en otro rol".
"Siempre estaré agradecida a la señora Raquel, que fue la que me tomó hace 18 años, y también le agradezco el lugar que me dio en su panadería" reconoció Karina, que empezó atendiendo al público y ahora en la caja asume el último contacto con el comprador.
"No tengo hijos, somos mi esposo y yo, y para mí el trabajo es todo. Trabajo desde los 13 años; empecé en un supermercado, siempre empleada de comercio y siempre en contacto directo con la gente" contó.
La pandemia supuso otro ida y vuelta con el cliente.
"Fue un momento que nos tocó hacer un poco de psicólogos. Fue muy duro para la gente, así que los escuchábamos, nos contaban sus problemas, sus miedos. Al tener tantos años detrás del mostrador, por ahí la gente ya nos ve como alguien de la familia" valoró Karina.
Por ser una actividad esencial, la panadería no se cerró ni en los peores momentos de la crisis sanitaria. "Miedos no tuvimos. Siempre con barbijos, respetando todos los protocolos, nosotros trabajamos durante toda la pandemia" apuntó.
Nadie tiene tanta antigüedad como Karina entre esas cuatro paredes. "Las más jovencitas preguntan, una trata de aconsejarlas, se les dicen las cosas como son y también como pueden ser en el trabajo" reveló.
Las épocas con más demanda coinciden con las fiestas de fin de año, pero no son las únicas en la actividad panaderil. "Acá cualquier acontecimiento implica una gran demanda; los cumpleaños, todo tipo de celebraciones familiares, eventos. Gracias a Dios, siempre nosotros trabajamos todo el año" subrayó.
Aún queda una década para acogerse al beneficio de la jubilación, pero Karina no avizora demasiados cambios: "Yo pienso seguir trabajando hasta el último. Disfruto mucho de venir acá, porque para mí el trabajo es muy importante".
En su trabajo de campo, certificó que "lo que más pide la gente son servicios, sandwiches de miga, la gente de campo sus galletas y facturas. ¿Las más pedidas? Tortas negras, las medialunas dulces, pero es muy variado porque todo va en gusto".
Para Karina ningún primero de mayo dar lugar al ocio. "Se puede descansar en el trabajo, pero en la casa siempre hay que hacer las cosas" marcó.
Entre Norberto Marquez y el trabajo el vínculo también comenzó no mucho tiempo después de terminada la escuela primaria.
Arrancó a los 14 años en la tintorería de Ferraiuelo, pasó por el Hotel Santa Rosa, siguió en Casa Armada de insumos eléctricos, hasta que una cuestión de herencia familiar lo terminó empujando a la peluquería.
Fue en 1982 que pudo comprar "un terrenito gracias a un vecino del barrio, Gaspar Montenegro", en Pueyrredón al 3800, y ahí armó su primer local en un espacio que podría ser afín con un garaje.
"Estoy muy agradecido a esta profesión; me fue bárbaro" rescató.
En el abuelo materno y dos tíos peluqueros fue abrevando su vocación, hasta que se largó sólo, primero haciendo prueba en las cabezas de sus amigos, y luego extendiendo la clientela hasta que se hizo incontable.
"Al principio era pura intuición y puro coraje. Después, ya instalado, me di cuenta de que me faltaba muchísimo y empecé a tomar cursos. Me acuerdo de los viajes a Buenos Aires para capacitarme los domingos y lunes a la mañana en una escuela de lo que hoy es Puerto Madero, donde el gobierno de Alfonsín puso una especie de academia de artes y oficios. Nos daban vales para los viajes gratis en tren" enunció Norberto.
Desde los 19 años hasta los actuales 58 (en otro local, a la misma altura de primero, pero sobre Azopardo) nunca más abandonó a tijera y la navaja.
"Este laburo primero que todo me permitió trabajar en lo que amo y me gusta. Me apasiona el contacto con la gente, escucharla. Plata no se hace; me permite pagar los servicios, algún viaje y vivir dignamente del trabajo" resaltó.
Anécdotas no faltaron, pero contó una: "Por mirar a una señorita que estaba pasando por la vereda un cliente -colectivero ya fallecido-, yo le estaba marcando la patilla, él giró la cabeza y le terminé cortando parte del trago de una oreja. Pasa...".
Exquisito centrojás de las inferiores de Ferro, bajo la tutela de don Adolfo Gamondi, jugó al fútbol hasta que la peluquería se lo permitió: algunos partidos en la primera de Ferro, otros en Sierra Chica; un paso por Azul, otro por Laprida.
Pero el vínculo con la pelota está en cada centímetro de las paredes de la peluquería: la camiseta blanca y granate autografiada por "Pepo" De la Vega; una soviética original con la CCCP pintada en el pecho, otra de los primeros tiempos de Maradona en el Napoli que le trajo un cliente de Italia.
Además, varias regaladas por jugadores - clientes - amigos locales: tres de Sergio de Arzave, del "Tola" Durán, Ismael Palmieri, Hernán Mendía, Matías Mignone, Leandro Castarés, Mario Bonavetti, una de su paso por la selección juvenil de Olavarría, una del desaparecido Alfredo Graciani, varias de su River
Papá de Manuel y de Paloma, se imagina parado al lado del sillón de la peluquería "hasta el último día de mi vida. Aunque sea sacando la pelusa, pero charlando siempre con la gente y compartiendo esta comunión que tenemos".
Guillermo Gargaglione cuando se despidió de las aulas de la Escuela Industrial tenía pensando viajar a Buenos Aires para seguir la carrera de periodismo deportivo, pero ni alcanzó a pisar el estribo de un micro que ya estaba manejando el torno en el taller de su padre.
"Me quedé a trabajar y a seguir jugando en Ferro. Fue natural; como yo no estaba tan convencido de irme y quería seguir en el fútbol me incliné por quedarme a trabajar" contó.
El aula fue de mucha ayuda, en varios sentidos: "Me formó hacer una doble escolaridad, respetar horarios prácticamente laborales. Había días que nos quedábamos a comer en la escuela porque teníamos taller o educación física a la tarde y no nos daba el tiempo para volver a casa".
"La escuela Industrial enseña un oficio, marca un camino y uno después lo tiene que seguir. Estoy muy satisfecho y feliz de haberme quedado a trabajar, porque es lo que me gusta, hoy es mi oficio, es lo que mi papá me enseñó y es el sostén de mi familia" confesó.
En la escuela tuvo profesores, en su casa el maestro, su padre José.
"En lo nuestro vale mucho la experiencia, el día a día, que es lo que más termina enseñando. También uno aprende mucho cuando recorre las fábricas y habla con la gente que trabaja allí. Siempre hay que estar abierto al aprendizaje".
Al arrancar su padre minimizó al margen de error: "Me daba lo más sencillo, después a medida que uno fue sumando más noción de las medidas -porque en lo nuestro taller de tornería la precisión es fundamental- fui haciendo otras cosas. Acá pasarse de la tolerancia en un asiento de un rodamiento significa perder tiempo y perder plata, porque el eje no sirve más".
"Es un trabajo lindo, que exige estar siempre atento. Como en todo hay cosas que gustan más y otras que gustan menos, pero uno tiene que hacer todo. Uno está para resolver los problemas de los clientes, no para traerles problemas nuevos" reflexionó.
Guillermo hoy convive con otro estadio dentro su trabajo.
"Ahora uno es el que está manejando el taller, es el que trata con los clientes. Hay cosas que mi viejo va a seguir manejando, porque es su costumbre, y otras las reserva para mí, un poco porque también hay que adecuarse al cambio generacional que se hace en otros lugares" dijo.
"Trabajar para mí es saludable; es algo que me agrada, me hace bien, que me hace sentir ágil de la mente. Sacando la familia, es el 60% del tiempo de mi vida; después el resto es deporte" puntualizó.
Su contexto le permitió estirar al máximo su otra pasión: el fútbol.
"Para seguir jugando como lo hice tuve la suerte de trabajar con mi papá. Me ha 'regalado' mucho tiempo para los entrenamientos, y sobre todo cuando empezamos a viajar con Ferro los sábados para jugar el Argentino B, o por ahí nos tocaba jugar un día de semana. Como él tiene la misma pasión que nosotros fue más fácil" mencionó "Guille", acompañado por una sonrisa.
A esta parte de sus pasiones la continúan sus hijos Valentino y Salvador en las inferiores carboneras, seguidos de cerca por Guille y su compañera Mariana.
Con la otra el tiempo dirá.