En este diario se publicaron entrevistas a quince veteranos de la guerra olavarrienses. No fueron todos porque algunos prefirieron no contar sus experiencias o no fueron ubicados en su momento. La intención era la más obvia y simple: que todos los vecinos conocieran las historias de quienes se convirtieron en nuestros entrañables héroes.
Daniel Puertas - dpuertas@elpopular.com.ar
Una de las cartas que envió Néstor Abel Cerrudo desde Malvinas fue leída en voz alta muchas veces en escuelas de Pergamino. Otra permaneció muchos años guardada por una mujer que había escrito desde Bahía Blanca a soldados desconocidos que estaban en las islas, que fue recibida y respondida por ese joven campesino que había saltado desde la pampa bonaerense al remoto Atlántico del Sur.
Con la chica de Pergamino Néstor Abel Cerrudo se puso en contacto años después y soñaba con viajar a conocerla. La de Bahía Blanca, ahora mujer madura radicada en Tigre, se comunicó en abril del año pasado con este periodista tras leer una nota de cuatro años antes para pedir datos sobre ese soldado que le había contestado la carta.
Por esas malas artes del destino Néstor Abel Cerrudo había muerto de Covid apenas unos días antes. Una pequeña y dolorosa historia.
En este diario se publicaron entrevistas a quince veteranos de la guerra olavarrienses. No fueron todos porque algunos prefirieron no contar sus experiencias o no fueron ubicados en su momento. La intención era la más obvia y simple: que todos los vecinos conocieran las historias de quienes se convirtieron en nuestros entrañables héroes.
Así se pudo saber de Armando da Costa Goncálves, el retoño de familia portuguesa convertido en argentino por azar y patriota por convicción, que pasó la guerra en un destructor a punto de morir de vejez, que se averiaba siempre y que estuvo cerca de zozobrar en una tormenta.
Y de su regreso a la Argentina con una derrota que dolía demasiado por la herida que se profundizaba cuando alguien le decía con aires de pretendida broma "volviste, pero perdieron", aunque Armando siguió adelante, trabajando duramente como lo hacía desde la infancia en mil oficios diferentes hasta llegar a una madurez que nunca olvida a las islas lejanas e irredentas.
Quizá alguien haya reído sin la histeria con la que rieron algunos jovencísimos marineros que trataban desvestirse mientras el destructor ARA Bouchard se inclinaba después de una explosión y un cabo gritaba "nos matan a todos, nos matan a todos" y Marcelo Dentaro cortó el pánico incipiente gritando a su vez "a la lucha, a la lucha, no somos machos pero somos muchas".
Otro cabo se sumó al chiste políticamente incorrecto aflautando la voz para decir "sí, sí, salvemos a nuestros hombres". Al menos hasta hace cinco años el hoy pastor Marcelo Dentaro no sabe qué lo impulsó a esa humorada que evitó los ataques de pánico en medio del zafarrancho de combate.
Seguro que más de uno se emocionó recordando junto a Oscar Ramón de Olaso cuando el dueño de la pizzería "La Cruz del Sur" les ofreció pollo, empanadas, vino y gaseosas a un grupo de soldados que venían de la guerra donde pasaron mucho hambre y no quiso cobrarles. Entonces los soldados le dieron cosas que llevaban de recuerdo y que seguramente pensaban guardar toda la vida, como un poncho que protegió del frío inclemente de las islas, un casquete que tal vez evitó un congelamiento de orejas, un pañuelo de cuello y cosas así.
Al menos hasta cinco años atrás esos objetos entrañables continuaban expuestos en la pizzería, módico monumento a a un sentimiento colectivo que no borran ni años ni batallas perdidas.
También debe haber quien reflexionó sobre las trampas del destino al conocer el episodio que marcó para siempre al lapridense Haroldo Esteban Duhau, quien le prestó a su compañero y amigo del alma Jorge Luis Sisterna la brújula que había encontrado y que le resultaba muy útil diciéndole "te la presto, pero me respondés por ella con la vida".
Su función era desactivar bombas que no habían estallado y hacerlas detonar lejos, por lo que la muerte los acechaban siempre.
Una esquirla de mortero impactó en la brújula cuando la tenía Jorge Luis, pero no se desvió lo suficiente y se clavó en el pecho del soldado, matándolo e impidiéndole conocer a la hija que nacería tiempo después.
El que tal vez no piense mucho en esas cosas porque simplemente se las atribuye a la voluntad divina, como buen católico que es, sea el chaqueño Raúl Daniel Fernández, chaqueño hoy radicado en Olavarría y que se integró al Ejército después de la guerra.
El había ido a buscar provisiones cuando la esquirla de una bomba mató a su comprovinciano y amigo Luis Orlando Aguilera,junto al cual debería haber estado. Cosas de Dios.
Como dice que lo supo un médico ateo que estaba al lado de un soldado con el vientre abierto, con los intestinos que le desparramaban por el barro y que aulló de dolor durante horas. El médico no podía hacer nada por el herido, salvo lo que hizo: rezar, aunque no creía. En sus oraciones prometió hacerse creyente si el soldado se salvaba. Y así ocurrió, lo que arrancaba una sonrisa de hombre que conoce ciertos misterios a Raúl Fernández, más de treinta años después.
Y en esos misteriosos hechos que se entrelazan en torno de las actividades humanas debe haber pensado Guillermo Hoffman, un ingeniero olavarriense apasionado por la historia que se sentía metido en ella cuando iba a ser uno de los marinos que participaría de la primera batalla aeronaval desde Midway, en la Segunda Guerra Mundial.
Muy probablemente no sobrevivirían a ese enfrentamiento ni la flota británica ni la argentina, según los expertos. Pero, sorprendentemente, el viento dejó de soplar por completo. Como los cazabombarderos necesitan del impulso del viento para despegar, la batalla finalmente no se produjo.
En eso debe haber pensado mucho Guillermo cuando vivía en Australia y cada 2 de abril arrojaba un ramo de flores al mar.
Quien comprobó que la solidaridad humana puede superar cualquier barrera y adoptar los rostros más extraños fue José Néstor Mayi, quien encontró un pan depositado sobre el cordón de una vereda. Aunque un supuesto experto en inteligencia les había aconsejado tomar precauciones porque los kelpers podrían tratar de envenenarlos el hambre era tanto y tan cruel que se apoderaron del pan.
Recién mucho tiempo después José comprendió que los isleños sabían que pasaban hambre y que el pan fue dejado allí por pura, simple y conmovedora solidaridad que iba más allá de la guerra.
Aunque en esos momentos José aún no sabía que los kelpers estaban muy lejos de odiar a los argentinos él y otro soldado impidieron que algunos que venían del frente tomaran posiciones en un hospital, gesto que le valió un párrafo en un libro y una foto junto a una niña inglesa que hoy es uno de sus recuerdos más preciados.
Fue el hambre lo que llevó a muchos soldados a robar para paliar un poco ese flagelo y llevó a Ricardo Moreno a contraer la deuda de un tarro de ensalada de frutas con un compañero. Ricardo no podía robar, no le salía, a diferencia del otro soldado.
Nunca pudo saldar la deuda, porque años después ese soldado murió enseguida de perder un hijo en un accidente. Ya prisionero de guerra, Ricardo fue uno de los que cantaban el Himno ante la ira de los soldados ingleses, uno de los cuales les arrojó el casco para intentar acallarlos. Y fue uno de los que escuchó a británicos, soldados profesionales, decirles "you are crazy", cuando les decían que habían luchado simplemente por su patria y su bandera.
Urbano Martín Olivieri estaba al timón del ARA Santísima Trinidad cuando olas de siete metros y un viento huracanado amenazaban con hacer zozobrar el buque antes de que los submarinos ingleses lo torpedearan. Sabía ya que su cuñado Jorge podría estar muerto ya que navegaba en el crucero General Belgrano, ya hundido. Precisamente Jorge lo había acercado a la religión evangélica y en ese momento apeló a Dios, al que prometió entregar la vida "si me sacás de esta".
Jorge está realmente muerto y Martín -todos lo conocen por su segundo nombre- hoy es pastor y ya hace años que quebró un silencio que parecía invencible y ahora puede hablar de Malvinas y de ese océano tremendo por donde guió un barco con mucha historia.
El que no supo nunca qué pasó desde el momento que dos soldados a sus órdenes se fueron al lugar donde dormían y el momento en que lo despertaron cuando estaba cubierto por la red de camuflaje y abrazado a la ametralladora MAG que había sacado de su posición sin saber cómo ni por qué fue el por entonces cabo primero Raúl Torrecilla.
Quien lo despertó creyó al principio que estaba ante un cadáver.
Torrecilla seguramente pudo morir cuando disparó con un FAL -la MAG había quedado lejos- contra un avión Harrier que estaba a cincuenta metros y con un armamento que podría haberlo pulverizado. Años después dejaría el arma porque no podía soportar a quienes no habían estado en la guerra y zaherían con sus palabras a los que sí se habían enfrentado a los ingleses.
José María Tinchín ya era un marino avezado el 2 de abril de 1982 y se había sentido muy cerca de la guerra en 1978, cuando el enfrentamiento con Chile parecía inevitable. Después de haber estado cerca del desastre cuando el tercer torpedo disparado por el HMS Conqueror, dos de los cuales hundieron al Begrano, tocó al Bouchard en el que navegaba Trinchín, pensó que tenía el deber de ser padre porque su amigo Hugo había muerto en la guerra catorce días antes de que naciera su hijo.
Fue otro de los que dejó la Armada por la actitud burlona, despreciativa, de los que no habían estado en la guerra.
También en el Bouchard, como conscripto, navegó Carlos Oscar Villalba. Participó del rescate de los náufragos del Belgrano y las imágenes de lo hombres semicongelados, algunos ya muertos, en las balsas jamás se borrarán de su memoria.
Pasó mucho tiempo hasta que pudo hablar con sus seres queridos de aquellas experiencias lejanas en el tiempo pero que están muy adentro de la mente y del corazón.
Uno de esos náufragos que se salvaron por poco de la congelación es Sergio Gustavo Violante, quien estuvo cuarenta horas en una balsa y nunca podrá olvidar que por momentos amenazaba hundirse para siempre en un abismo inacabable y otras se elevaba a tal altura que el mundo parecía achicarse.
Las pesadillas no se borraron nunca. Pero quien le ayudó a superar las peores consecuencias fue un caballo moribundo, ya viejo, al que Sergio arrancó de la muerte con paciencia y amor infinito, llevándolo a competir de nuevo y hasta a ganar carreras. Cuando la dueña lo reclamó, el caballo no soportó separarse de Sergio y murió en cuestión de meses,
Una consecuencia de la guerra trivial para todos salvo para el protagonista es el fin 1a carrera futbolística de Alejandro Manuel Schantl, promisorio arquero de Loma Negra, suplente de Luis Barbieri, a quien Rogelio Domínguez quería como reemplazo del titular.
Después de escuchar la frase "¿te olvidaste las manos en Malvinas?" dicha como broma y probablemente sin ninguna mala intención, el Pato Schantl no fue más a los entrenamientos. En las islas las manos del Pato estuvieron tan en riesgo como toda su anatomía y allá quedó buena parte de su juventud.
Pero, como otros, finalmente se sobrepuso.