Hace 124 años el mercachifle Nicasio Mugueta pagaba 30 pesos al municipio. En los días en que Olavarría estaba envuelta en una epidemia de tifus y cólera, un mercachifle anarquista debía pagar 30 pesos al municipio por dar varias puñaladas a un conservador. Era el bisabuelo del arqueólogo Miguel Mugueta. El documento histórico se lo entregó hace décadas el ya fallecido antropólogo Hugo Ratier
Claudia Rafael / crafael@elpopular.com.ar
La ciudad tenía entonces casi 18.000 habitantes, alrededor de un 15 por ciento de la población actual. Se estaba construyendo la iglesia San José en su actual ubicación y los olavarrienses escuchaban con deleite la banda musical que dirigía el maestro Alejandro Bertollini. Un enero como éste, pero de 124 años atrás, la intendencia aplicaba una multa de 30 pesos de entonces a "Don Niceto Mugueta". Era frecuente el cobro de multas para todo tipo de situaciones. A la empresa Ferro Carril del Sud se la amenazó en 1899 con multarla si no colocaba barreras en tres pasos a nivel. A los comerciantes se les solían aplicar cuando no cumplían con el horario de cierre a las 2 de la tarde los domingos y los feriados. Pero la multa de Mugueta tenía una motivación completamente diferente. Era un joven vasco de ideas anarquistas y su gran pecado, el que le valió la histórica multa, fue por asestarle varias puñaladas a un dirigente conservador de entonces.
A finales de los años 80, Hugo Ratier doctor en Antropología y fundador de la carrera en la Unicen- se topó con el recibo de la multa (ver facsímil) y asoció el apellido al de uno de sus alumnos: Miguel Mugueta.
"El recibo me lo encontró el querido y recordado Hugo Ratier buscando material para sus trabajos de Antropología Rural. Era la multa que tuvo que pagar mi bisabuelo, que se llamaba Nicasio León Mugueta, por haberle pegado varias puñaladas a un concervador de la época en un boliche. Estaba ligado a los anarquistas del ferrocarril. Con Marcela Guerci hicimos una excavación hace unos 15 años en una casa cerca de la terminal que había sido un local de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) y ahí mi bisabuelo tenía contactos, amigos, compañeros. Mi bisabuelo era mercachifle. Andaba con un carretón vendiendo un poco de todo por lo que había quedado de los fortines y de las aldeas de la provincia. Era vasco".
En aquel año, en la pujante ciudad de 17.900 habitantes, se habían registrado 755 nacimientos. El palacio municipal tenía un edificio flamante y Ramón Rendón era intendente interino. Los oficios en el pueblo eran diversos. Se contabilizaban 377.808 lanares y 51.450 vacunos que daban mucho trabajo en el matadero. El de picapedrero era un oficio recurrente y el trabajo ferroviario era sostenido.
Como hoy, en aquellos días el miedo y la preocupación por la salud pública eran generalizados. No existía el covid en ese entonces pero las epidemias de fiebre tifoidea, cólera morbus y escarlatina produjeron ese año 292 fallecimientos. No había vacunas ni se utilizaban los barbijos en aquel tiempo. La prevención estaba atada a la desinfección con acaroína, que se entregaba en modo gratuito. Y al método de blanquear con cal las paredes. Que se tornaba obligatorio para todos los muros de la ciudad, excepto para los que estuvieran pintados con aceite. Como detalló José María González Hueso en el libro de los 100 años de EL POPULAR, "si alguien no lo hacía, el Municipio se encargaba de la tarea y luego se le cobraba, que nada era para regalar".
América y el capitalismo
En aquellos tiempos, "América prometía mejores salarios, especialmente antes de 1890 y la posibilidad de iniciar una nueva vida evocando a la vez la imagen de una tierra con libertades políticas e individuales", describe Gonzalo Zaragoza, autor de "Anarquismo argentino, 1876-1902". Allí se da cuenta de cómo en los pueblos del territorio español e italiano crecían los relatos de historias prósperas de quienes ya se habían hecho "la Mérica", como se escribía en aquel tiempo. Relatos multiplicados por agentes inmigratorios que justificaban sus sueldos de ese modo. De todas maneras, era real que los salarios anuales de los trabajadores en la Argentina de 1870 a 1910 eran el doble y, en ocasiones, el triple de los de ciudades francesas, españolas, italianas o las inglesas Londres o Liverpool.
Detrás de esos sueños llegó seguramente a estas tierras Nicasio León Mugueta. Arribaba desde aquella Europa de la que fluían migrantes socialistas y anarquistas. De hecho, entre mediados y finales del siglo XIX llegaron casi 250.000 inmigrantes desde múltiples poblados españoles. Entre ellos, con sus utopías y su juventud, Nicasio León Mugueta se adentró en el interior bonaerense. Probablemente, tuviera un acercamiento a las lecturas de material anarquista como "El Oprimido" (que se editaba en Luján desde 1894 pero se distribuía por el resto de la provincia) en la que se editorializaba que "los capitalistas que son dueños de vuestros caminos y medios de transporte (...) dichos ferrocarriles (...) pertenecen a unos ingleses, que viven muy cómodamente en Londres, al costo del trabajo de vosotros, que padecéis miserias aquí (...) Los capitalistas son dueños de todo lo que existe en este planeta y del planeta mismo, los trabajadores tienen que pagarles el permiso de producir lo necesario para vivir".
Controles y contagios
Ya en el último año del siglo XIX las enfermedades infectocontagiosas crecían sin freno. Se ordenó que los carros de transporte de carne se lavaran todos los días y se los forrara de zinc o de latón. Se conformaron comisiones vecinales para multiplicar los controles y, para tratar de frenar contagios, se suspendieron los bailes públicos y las funciones teatrales del salón "Menotti-Garibaldi".
Pero además, la Municipalidad decidió la compra de una quinta de 88 metros por 100 a su propietaria, Guillermina B. de Pereyra, y se dieron los primeros pasos para la construcción de un centro de salud. Estaba naciendo el hospital municipal.
El siglo moría. Y se vislumbraba ya la osadía de mujeres que intentaban equilibrar algunos derechos cotidianos. Olavarría empezaba a ver por sus calles a las primeras mujeres que salían a andar en bicicleta.
La esclava azuleña y el chico de San Isidro
Hay historias que se repiten con una pertinacia atroz aunque medie una distancia de 182 años. A mediados de diciembre último, el obispado de San Isidro publicó un comunicado en el que afirmaba que "pasado el mediodía del miércoles 15 de diciembre ingresó a la Iglesia Catedral un joven en situación de calle y robó un copón que contenía hostias consagradas. El mismo ya se encuentra detenido". Anunciaba en el párrafo siguiente que el domingo 19 por la mañana, haría una misa "en reparación de este penoso hecho". El penoso hecho -¿cómo dudarlo?- no era la "situación de calle" antes descripta (situación no puntual sino permanente como suele ser la pobreza extrema) sino el robo. No suelen describirse como penosos la inequidad, el hambre, la marginación.
Un 8 de noviembre pero de 1839, el juez de Paz de Azul, Manuel Capdevila, informaba al edecán del gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas la detención de "la parda infame Gertrudis Silva, esclava de Don Juan Manuel Silva, de edad de treinta y más años, a la que remaché una barra de grillos y puestóla presa incomunicada devolviendo en aquel momento al Sr. Cura cuánto a esta delincuente se le había hallado perteneciente a la iglesia y en el estado que se encontró. Y era un copón que había sacado del sagrario derramando y quebrando las formas consagradas y comiendo otras". Junto al copón había llevado adornos, un rosario, una corona de plata de la Virgen del Rosario, imágenes religiosas, entre otras. El documento histórico refiere además que "todo el pueblo pedía el castigo ejemplar de este enorme delito, y fue preciso contener el entusiasmo religioso con que celosos a lo sagrado se inflamaban en ira contra esta criminal".
En ningún tramo del documento se alude a las razones por las que la esclava Gertrudis Silva se devoró las hostias con desesperación.
Tres días después la respuesta del edecán con la orden de "nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes" fue lapidaria: "me ha ordenado que después de facilitársele los auxilios espirituales de nuestra santa religión proceda V.S. a hacerla fusilar".
El 15 de noviembre de 1839, "Año 30 de la Libertad, 24 de la Independencia y 10 de la Confederación Argentina" el juez da cuenta de la ejecución y aclara que comunicó la orden "al Sr. Cura castrense de este punto, don Clemente Ramón de la Sota, para que le suministrase los auxilios de nuestra santa religión y efectuado fue fusilada el día de la fecha a las 9 de la mañana, lo que V.S. tendrá a bien poner en conocimiento de S.E. nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes".